Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

¿Qué es ser como Dios en este mundo?

Primero, debemos comprender que la cualidad de Dios, la fuerza superior, es bondad amor y generosidad absolutos. Dios es la fuente de todo, como el padre ante su hijo. Sin importar lo que haga el hijo, el padre amoroso no lo rechaza. De igual modo, Dios ama a su creación tal como es, porque así la creó.

Si queremos ser como Dios, debemos amar a todos incondicionalmente. No por quiénes son ni por lo que hacen, sino porque existen. Su existencia misma es designio del Creador.

Al mismo tiempo, la creación es un proceso. Dios creó al hombre en estado imperfecto, no porque Él sea defectuoso, sino porque quiere que reconozcamos nuestras propias deficiencias y aprendamos qué somos. Así podremos ver nuestros propios defectos, luchar contra ellos y al corregirlos, alcanzar un nuevo estado. En retrospectiva, entenderemos que el Creador nos guió todo el viaje, desde la imperfección hasta la plenitud, para que, verdaderamente, podamos apreciar el bien.

Sólo podemos entender el bien en contraste con el mal. Sin oscuridad, no valoramos la luz. Sin sufrimiento, no podemos conocer la alegría. Al sentir ambas facetas de la vida, absorbemos tanto los estados negativos como los positivos y adquirimos sabiduría. Logramos una percepción más profunda de la realidad, comprendemos que ninguna fuerza de la naturaleza —bien y mal, bondad y maldad, lealtad y engaño— debe eliminarse, sino equilibrarse.

Ese es el propósito del juego: no es crear la ilusión de felicidad, como el niño que manipula un juguete para sentirse bien, sino buscar la verdad última. La verdad reside en integrar todos los elementos de la realidad, donde nada es superfluo ni se borra y donde todo tiene un propósito.

Si buscamos ese equilibrio, alcanzamos la verdadera comprensión. Eventualmente todos debemos alcanzar el estado en el que seamos idénticos al Creador. Es la meta de la vida humana, el significado del nombre “Adam”, que en hebreo significa «humano» y que viene de las palabras “Adamé LeElyon”, que significan «similar al Altísimo». En otras palabras, para llegar a ser verdaderamente humano es necesario llegar a ser como Dios. 

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