
Cuando aprendemos el funcionamiento de la naturaleza, entendemos que es la fuerza única de amor y otorgamiento, que crea y sustenta la realidad y que cada deseo, pensamiento, característica y cualidad es obra de la naturaleza, eventualmente comprendemos que no tenemos nada de qué enorgullecernos por nuestra cuenta. Toda nuestra fuerza, talento y cualidades, tanto positivas como negativas, nos fueron dadas por la naturaleza. Incluso la sabiduría y el esfuerzo que necesitamos para pasar de nuestro ego innato al estado altruista en equilibrio con la naturaleza, también viene de ella. Por eso, no tiene sentido enorgullecerse de nuestra inteligencia, fuerza o habilidad, porque nosotros no creamos estas cualidades.
Podríamos preguntarnos: ¿Podemos enorgullecernos de hacer buenas obras a los demás? Pero ¿Quién nos da esa fuerza? Si analizamos correctamente, vemos que la naturaleza nos lo da todo: sabiduría, habilidad e incluso las circunstancias que nos permiten actuar.
Y ¿Dónde encaja nuestra función personal? Somos el sistema a través del cual actúan las leyes de la naturaleza. Nuestra función en esta imagen es crear condiciones propicias para que las leyes altruistas e integrales de la naturaleza puedan obrar en nosotros. Así, podemos enorgullecernos de ser la vasija adecuada para la obra de la naturaleza y de ser conducto para que la fuerza de amor y generosidad de la naturaleza fluya hacia los demás y hacia el mundo.