
Se hizo un estudio para examinar si la venganza en los humanos es una tendencia innata. Los investigadores evaluaron a 330 niños de cuatro a ocho años, con un juego de dos fases.
En la primera fase, cuatro «jugadores» (en realidad, avatares controlados por computadora) recibieron dibujos, un jugador le dio uno a un niño. Luego, se invirtieron los roles y el niño tuvo la oportunidad de darle el dibujo a otro niño.
En la segunda fase, un jugador le robó el dibujo al niño y el niño tuvo oportunidad de robarle el dibujo a otro jugador.
Se encontró que los niños se desquitaban rápidamente de quienes les robaban los dibujos, pero no mostraron tendencia a recompensar a quienes se las habían dado. Esto sugiere que el impulso de venganza es inherente o se desarrolla antes que la inclinación a corresponder con amabilidad.
Esto demuestra que la venganza es una tendencia natural en los humanos. Este fenómeno se describe en los textos cabalistas como “Ef Sed Mi Karen” (pérdida de base).
Supongamos que tenía una moneda en mi bolsa, pero la perdí. Di vueltas, preguntando: «¿Dónde está?». La busqué como si mi vida dependiera de ella. ¿Por qué? Porque era mía, la tenía y la perdí. Esa pérdida se siente más grande que el valor de la moneda misma. Se siente como si hubiera perdido cien pesos. Así percibe la pérdida la naturaleza humana.
Lo mismo ocurre con el daño infligido por otros. Si alguien me hace daño, percibo el acto como diez veces peor que el tamaño del daño en sí. La magnitud de su actitud negativa hacia mí parece mucho mayor que la realidad.
¿Y por qué, no mostramos gratitud con la misma vehemencia con la que buscamos venganza? Porque, por naturaleza, creemos merecer el bien. Desde que nacemos, nuestra madre nos dice que somos los mejores del mundo, que somos especiales. Cuando alguien nos da algo, lo aceptamos como si lo mereciéramos. Podemos decir un rápido «gracias», pero en la mente, simplemente recibimos lo que creemos merecer. Pero, cuando nos quitan algo, lo sentimos como una injusticia multiplicada por diez.
Por eso los niños buscan venganza instintivamente. Si alguien les hace daño, sienten un intenso impulso de desquitarse e incluso disfrutan haciéndolo. Lo entiendo bien porque yo también fui así de niño. Recuerdo esos momentos vívidamente.
¿Qué cambió en mí? ¿por qué dejé de buscar venganza? Comprendí que todos compartimos un deseo común, pero que, dañar a otro es, en última instancia, dañarme a mí mismo.
Comprenderlo me llevó a ver la vida de otra manera. Es mejor ceder, dar un paso atrás y evitar conflictos innecesarios. Este enfoque da paz y sensación de seguridad, asegura que, al menos, quienes me rodean se mantienen neutrales o positivos hacia mí. La clave es ser consciente de no dañar a los demás. Y si se hace daño, debemos estar preparados para las consecuencias inevitables.
Algunos sostienen que la venganza siempre es elegir entre el deseo de represalia y la oportunidad de perdonar. Pero ¿quién tiene realmente la «oportunidad de perdonar»? A menudo, se evita la venganza, no por superioridad moral, sino por impotencia. Quizás quien busca venganza es más débil, incapaz de actuar o simplemente olvida con el tiempo. El hombre, por naturaleza, es una criatura egoísta. Si tiene oportunidad, devorará a otro.
Sin embargo, lo más importante es poder encontrar un uso positivo para nuestra cualidad vengativa innata. Si podemos usar correctamente la cualidad que nos hace vengativos, deja de ser venganza y se convierte en una forma de educación.
¿Cómo funciona? Si dos personas juegan una partida de ajedrez y una, continuamente supera a la otra, el jugador superado podría no sentirse perjudicado. En su lugar, podría reconocer que el otro es mejor jugador y le está enseñando. Aunque, seguiría sintiéndose incómodo porque el ganador es mejor en el juego. El sentimiento de inferioridad persiste, incluso sin malicia.
¿Cómo pasar de la venganza mezquina a una mayor motivación para crecer? ¿cómo pasar del ajuste de cuentas a un avance genuino? Necesitamos hacer un cálculo diferente. Supongamos que alguien desea verme fracasar, verme pobre o destrozado. La verdadera victoria reside en alcanzar un estado, en el que esa persona envidie mi éxito. En lugar de malgastar energía en represalias, debería centrarme en superarme, en volverme más fuerte y sabio, en tener más éxito. Eso, por sí solo, constituye la respuesta definitiva.
Más aún, debo reconocer que el daño que me hicieron, en realidad, fue bueno. Sin darme cuenta, mi adversario me impulsó, me obligó a crecer. En retrospectiva, debo decir: «¡Gracias!».
Al comprenderlo se transforma la venganza en un proceso educativo. Quien intentó hacerme daño, ahora ve que superé mi obstáculo y se sentirá inferior. Y en recompensa debo decirle: «Espero que tú también puedas superarte como yo lo hice”, ese es un golpe de gracia verdadero. Así, sí hay emoción en la batalla.
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