
El infierno no es un lugar de fuego y azufre, sino el estado espiritual interno que sentimos en nuestro camino hacia el propósito de nuestro desarrollo, que es el estado de equilibrio total con la naturaleza, en la sabiduría de la Cábala lo llamamos «adhesión con el Creador».
En nuestro desarrollo espiritual, infierno es la vergüenza profunda que sentimos al percibir que somos opuestos a la forma del Creador. En otras palabras, es la sensación de estar desconectados de la cualidad de amor, otorgamiento y conexión que definen al Creador.
Cuando sentimos la brecha enorme entre nuestro deseo innato de recibir en beneficio propio y la naturaleza de amor y otorgamiento del Creador, arde en nuestro interior una vergüenza terrible. Esta vergüenza define el infierno. Penetra más profundo que cualquier sufrimiento físico, porque arde en la misma sensación interna donde percibimos nuestro «yo».
Paradójicamente, esta sensación es necesaria. Si no sentimos el infierno, no podemos despertar ni sentir necesidad de transformarnos ni de superar nuestros deseos egoístas para lograr la cualidad de otorgamiento. Por eso, el infierno no es castigo, sino la fuerza de corrección que percibimos en el camino, desde la percepción egoísta de la realidad, hasta la percepción de amor, otorgamiento y conexión, equivalente a la cualidad del Creador. Así, nos invita el Creador a ser como Él, a transformar la recepción en otorgamiento y los impulsos divisivos en unidad.
Por eso, infierno es el estado interior donde el deseo egoísta pasa por una corrección profunda. Es donde el deseo de disfrutar sólo para nosotros se expone en toda su fealdad y de esta consciencia nace el anhelo de asemejarnos al Creador. Este anhelo eleva el alma desde las profundidades del infierno hacia la luz de la vida, la adhesión con el Creador o en otras palabras, el Cielo.