
Primero, debemos comprender por qué la humanidad tiene dificultades con la idea de la igualdad. Es porque no la buscamos por naturaleza. Nuestra naturaleza egoísta, el deseo de disfrutar sólo en beneficio personal, no mide la igualdad. Mide superioridad e inferioridad. Constantemente nos comparamos con los demás y buscamos elevarnos por encima de ellos.
Por eso, si nos limitamos a nuestras fuerzas egoístas, la igualdad es imposible. Para que sea posible, necesitamos una fuerza externa que nos guíe. Si nos dejamos llevar por nuestros deseos, el ego siempre nos impulsará a buscar más, a recibir más de lo que damos.
Por eso, sólo podemos lograr igualdad si nos proponemos desarrollar conexiones positivas y al hacerlo, atraemos a nuestra conexión la fuerza positiva que reside en la naturaleza. Esta fuerza es altruista, se opone a la naturaleza egoísta, es el denominador común que tiene el poder de conectarnos para lograr igualdad en la sociedad humana. Sin ella, ningún intento tendrá éxito.
La historia lo demuestra. Se ha intentado imponer igualdad con revoluciones, sistemas económicos y marcos legales, pero sin un propósito común superior, que invite a la fuerza positiva de conexión de la naturaleza a las relaciones humanas, la igualdad se convierte en tiranía o en ilusión.
Hasta que nos unamos en nuestra raíz —cuando reconozcamos que somos parte de un sistema, guiados por la fuerza superior de conexión que reside en la naturaleza— podremos lograr igualdad en la sociedad humana. No quiere decir que hagamos a todos iguales, al contrario, con nuestras innumerables diferencias, incorporaremos la fuerza positiva de conexión de la naturaleza en nuestras relaciones, eso permitirá que nuestras diferencias florezcan en un tapiz integrador, hará que la contribución única de cada uno, sea de beneficio para el conjunto.
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