El amor es la fuerza más poderosa de la naturaleza. Crea, genera, da origen a sistemas y sustenta la vida. Pero ¿por qué le llamamos «fuerza» del amor?
En nuestro mundo, amor significa atracción. Nos sentimos atraídos por algo que nos da placer, satisfacción o algún tipo de plenitud interior. Ese «algo» puede ser un sonido, un color, una forma; es decir, ni siquiera tiene que ser una persona. Pero funciona igual con las personas. Nos atrae lo que nos da placer.
Muchos filósofos hablan de que la naturaleza nos ama. En la sabiduría de la Cábala, usamos indistintamente los términos «naturaleza» y «Creador». Pero ¿qué significa realmente que la naturaleza nos ama y que debemos amarla a cambio?
El amor es la ley fundamental de la naturaleza. Es la fuerza de atracción mutua que permite conexión, continuidad y la vida misma. Por eso, el acto de reproducción, la continuidad de la vida, surge del amor. No es sólo una emoción, sino una función que genera armonía y equilibrio. Los sistemas de la naturaleza operan gracias al deseo mutuo de dar y recibir, de apoyarse mutuamente.
Pero cuando hablamos de amor humano, solemos hablar de algo muy diferente. El amor humano se basa en el interés propio, en que cada uno se beneficia de los demás. Incluso si hacemos bien a los demás, es porque nos sentimos bien al hacerlo o porque recibimos algo a cambio. El amor altruista puro, donde sólo consideramos el bienestar del otro, está ausente en este mundo. La gente no ama sin razón. Siempre hay beneficio personal, aunque esté oculto.
Por eso el amor puede convertirse en odio con gran rapidez. Si amamos a alguien, esperamos recibir algo a cambio: atención, lealtad, placer o consuelo. Pero si esa persona nos traiciona, por ejemplo, si nos engaña, la misma fuente de la que esperábamos placer ahora nos causa dolor. Ese cambio genera odio. El amor desaparece porque no era para dar, sino para recibir.
Y ¿qué debe cambiar en nosotros para despertar el verdadero amor incondicional? Para lograr amor incondicional, se requiere superarnos a nosotros mismos. Es decir, sin importar cómo nos traten los demás, ya sea bien o mal, seguimos tratándolos con amabilidad, cuidado y respeto. Cuando dejamos de calcular en función de lo que recibimos y comenzamos a vivir para dar, el amor absoluto es posible. Sólo así entramos en contacto con la ley eterna de la naturaleza: la fuerza de amor.
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