Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

¿Ómicron? Lo peor está por venir

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Sarah Corcoran, tecnóloga de biología molecular, prepara muestras de SARS-CoV-2 como parte del proceso de secuenciación de ARN, en la Universidad Estatal de Ohio, donde se identificó recientemente la variante ómicron del coronavirus, en varias muestras, Columbus, Ohio, EUA, 13/dic/21. REUTERS/Gaelen Morse

Ha pasado más de un mes desde que apareció por primera vez Ómicron, la nueva variante de Covid. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cepa se está extendiendo «a un ritmo que no se vio en ninguna variante anterior». La OMS también advierte que, aunque «setenta y siete países ya informaron casos de ómicron … la realidad es que es probable que ómicron se encuentre en la mayoría de los países, incluso si aún no lo han detectado».

Sin embargo, la ola ómicron no nos dice nada que las olas anteriores no nos hayan dicho. La única razón por la que está aquí es que no estuvimos atentos en las olas anteriores y apareció una forma más rápida y rebelde. Mientras más ignoremos el mensaje que nos da el virus, más dañinas serán las cepas y otros desastres naturales se unirán para dar el mensaje.

Pensamos que la creación consta de piezas distintas, pero en verdad, estas piezas forman una sola unidad, un organismo que opera en codependencia inseparable. La única parte de la creación ajena a este modus operandi es la humanidad. Como resultado, nos portamos en contra de la forma en que opera la creación y estamos en desacuerdo con toda la realidad. Por eso sentimos que la naturaleza es hostil y beligerante con nosotros. Si nos comportáramos en sintonía con el resto de la naturaleza, sentiríamos armonía y paz en todo lo que sucede.

Las pandemias y otros desastres naturales son consecuencia de nuestra incongruencia con la naturaleza. Si dedicamos algo de tiempo y esfuerzo científico a construir una sociedad recíproca, aislada del resto de la sociedad y cuyos miembros se esfuercen por construir relaciones cálidas, podríamos ver los efectos en la salud de los miembros del grupo.

Lamentablemente, no veo que la humanidad lo intente; somos demasiado egoístas para hacerlo. En casi todos los países hay protestas y desconfianza entre ciudadanos y autoridades. Incluso los jefes de estado, que instan a la gente a seguir las instrucciones, son sorprendidos en fiestas, sin cubrebocas y sin la distancia requerida.

Sin embargo, el espíritu desafiante del pueblo no es necesariamente negativo, pues indica cambios profundos. La gente de hoy ya no está dispuesta a seguir órdenes de ningún tipo. Las drogas que eran ilícitas hace apenas unos años, ahora están permitidas incluso con fines «recreativos» y la gente generalmente es más belicosa con las órdenes de las autoridades.

Por todas estas razones, lo peor está por llegar. En mi opinión, nos acercamos a un momento en el que emerge un virus tan violento que nos obligará a quedarnos en casa, sellar ventanas, filtrar el aire que dejamos entrar, lavar con jabón nuestros alimentos antes de comerlos y (de alguna manera) purificar nuestra agua potable.

Por el momento, una conexión espiritual, en la que todos sintamos que somos parte de un mecanismo único, parece descabellada. Sin embargo, es lo que está en la base de la naturaleza. De ahí que a medida que los golpes de la naturaleza se vuelvan más frecuentes e intensos, nos hará recurrir a nuestra conexión como único rescate. En ese momento, aceptaremos aprender cómo formar solidaridad y unidad y cómo hacer espacio para los demás, en nuestro corazón.

En ese punto, cuando hayamos cambiado nuestra naturaleza de recibir a dar, descubriremos la belleza y la alegría de dar. En ese estado, ninguna pandemia nos intimidará. Además, aprenderemos a apreciar el ego, que, a su manera torcida, nos ha llevado a revelar lo bueno y placentero de la creación. Es como dijeron nuestros sabios: «La ventaja de la luz sobre la oscuridad».

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