A medida que el niño crece, comienza a enfrentarse a las normas y expectativas sociales. Ya no puede recibir sin consecuencias. Debe dar para recibir y trabajar para ser recompensado. Aquí surge una nueva conciencia: la distinción entre lo superior y lo inferior, entre lo que se elogia y lo que se condena.
Esta comprensión trasciende las acciones, pues afecta a nuestra naturaleza. Empezamos a percibir que hay ciertas cualidades que la sociedad valora y otras que rechaza. Con el tiempo, nos conduce a un autoanálisis más profundo y complejo, en el que nos compararnos con un estándar externo de amor y otorgamiento.
Aunque, el sentimiento de vergüenza más profundo, no surge de lo que recibimos, sino de reconocer que nuestra naturaleza de recepción es opuesta a la cualidad de otorgamiento y amor. Es el momento en el que entendemos que somos controlados por el deseo egoísta de disfrutar sólo en beneficio propio y que, fuera de nuestra naturaleza, existe una cualidad opuesta, mucho mayor y más elevada: la cualidad de amor y otorgamiento. Los cabalistas la llaman «Creador» y la definen como la fuerza que nos creó y que, a cada momento nos da vida y desarrollo. Alcanzar este estado de vergüenza espiritual, sentir que estamos ante el Creador, se llama «reconocimiento del mal».
En esta etapa, no sólo nos avergonzamos de tomar, sino de cómo tomamos, es decir, de cómo explotamos a los demás y a la naturaleza, en beneficio propio. No es un juicio externo, es comprensión interna, es un momento clave en nuestra transformación: de recibir egoístamente, a convertirnos en la fuerza de amor y otorgamiento, como el Creador.
