Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

El verdadero muro que Trump debe derribar

El muro que debería centrar nuestra atención no es el fronterizo con México, sino el que mantiene a América dividida.

Echemos un vistazo a los últimos meses: tanta energía y recursos empleados en acaloradas disputas entre personas con puntos de vista políticos enfrentados, y su apogeo en una toma de posesión con una resistencia sin precedentes. América ahora se encuentra dividida en dos, con prejuicios políticos más profundos y más fuertes que los prejuicios raciales. ¿Es esta la mejor forma en que puede comportarse una sociedad del siglo XXI?

En una reciente Ted talk, el psicólogo social Jonathan Haidt explicó que la división izquierda-derecha es algo de vital importancia que la sociedad americana debe abordar, algo que supone una amenaza existencial. El presidente Trump recientemente dijo en su toma de posesión que “debemos debatir nuestros desacuerdos con honestidad, pero procurar siempre la solidaridad”. Trump y Haidt ciertamente son personajes distintos en posiciones muy diferentes, pero ambos se dan cuenta de que la creciente tendencia a la separación y la división es algo crucial.

En mi opinión, la división política que presenciamos hoy no tiene por qué ser una realidad eterna que debamos aceptar a regañadientes: es un desafío evolutivo diseñado para empujarnos hacia un orden social más viable.

 

Por qué el paradigma actual es insostenible

La llamada “democracia” de hoy en día está muy lejos de su forma original, y llamarla la “gobernanza del pueblo” no es una definición adecuada. Lo que tenemos son diferentes ideologías e intereses que se alternan en el control del timón, reemplazándose unos a otros cada pocos años y a menudo haciendo todo lo posible por borrar los logros de aquellos que les precedieron.

Muchos electores de Clinton básicamente solo ven una vía para el futuro: lograr que el Partido Demócrata vuelva al poder dentro de otros cuatro u ocho años. Sin embargo, esta banalidad política de alternar uno y otro partido nos somete a unos estrechos intereses partidistas, crea distanciamiento con el público y genera una división social que da lugar a cada vez mayores inestabilidades en todos los ámbitos.

La historia nos muestra que cualquier ideología, aplicada por sí sola, tiene una vida limitada. Puede funcionar temporalmente, pero con el tiempo llegará a un extremo de desequilibrio que probará su fracaso y sentará las bases para que una ideología diferente la reemplace. Además, a medida que las ideologías son más extremas, se vuelven muy similares en un sentido práctico, y esto eclipsa sus ideales aparentemente opuestos. Pensemos en Hitler y Stalin: fueron líderes de movimientos ideológicos completamente opuestos y, sin embargo, bastante similares en términos prácticos.

Lo que ahora presenciamos es una desintegración de las décadas de liberalismo de posguerra, que crearon una cultura de idealismo desconectado sin realmente tratar el problema en cuestión, para pasar a un decadente orden neoliberal. Todo ello ha permitido un comportamiento imprudente que pone a nuestras sociedades en estados de peligroso y desequilibrio. Y el neoliberalismo también ha llegado a un extremo en el que gradualmente se vuelve totalitario. Esta inevitable debacle se hace evidente con las tendencias nacionalistas en aumento por todo el mundo, y nos invita a cambiar el rumbo.

Sin embargo, la sociedad occidental de hoy está tan dividida que no puede aceptar tal realidad. En las recientes elecciones fuimos testigos de cómo cada partido frenéticamente sentía que el otro estaba amenazando su existencia. La resistencia a las ideologías diferentes es tan enérgica que muchos son incapaces de aceptar los resultados del voto democrático. Y mientras, los líderes se dan cuenta de que, si desean gobernar sociedades estables, deben encontrar soluciones que de algún modo subsanen la división.

El actual paradigma de artificiales transiciones de poder entre diferentes ideologías, apoyado solo por una parte de la población, se ha vuelto algo cada vez más peligroso. La prosperidad y la estabilidad social solo son posibles cuando personas con diferentes opiniones e intereses se unen con un propósito común.  

 

Pensamiento sistémico: la próxima frontera de la sociedad humana

Si observamos los sistemas complejos en la naturaleza, comprobaremos que los elementos opuestos se complementan entre sí para su supervivencia y progreso. El cerebro, el sistema inmunológico, las colonias de hormigas o la sociedad humana, son todos ejemplos de sistemas complejos.

Los descubrimientos en neurofisiología nos muestran cómo el comportamiento se correlaciona con la actividad cooperativa de muchos millones de neuronas individuales y no gracias a los privilegios de unos pocos poderosos. Asimismo, el cerebro se divide en dos hemisferios, izquierdo y derecho, que desempeñan funciones diferentes y contrapuestas pero trabajan juntos en completa armonía.

A pesar de su carácter cooperativo, la competencia no está ausente de los sistemas complejos. Funciona para mantener o fortalecer ciertas propiedades al tiempo que restringe o elimina otras, contribuyendo así a un estado general de equilibrio. Un buen ejemplo de esto fue volver a repoblar con lobos salvajes el parque de Yellowstone: provocó un sorprendente renacimiento de ese ecosistema agonizante.

Ha llegado el momento de que reconozcamos que estas leyes naturales también nos conciernen a nosotros ya que estamos llegando a un punto en el que la estabilidad del sistema humano depende de nuestra capacidad de adherirnos a él mediante la complementación mutua.

Desde nuestras perspectivas personales, tendemos a considerar ciertos elementos de la sociedad como “malos” o innecesarios. Sin embargo, en la naturaleza, todas las partes son esenciales siempre y cuando sirvan al propósito general: el equilibrio y la prosperidad de todo el conjunto.

En su ensayo “Paz en el mundo”, Baal HaSulam, uno de los más grandes sabios judíos, escribe que “Todo lo que existe en la realidad, lo bueno y lo malo –incluso las cosas más malignas y destructivas de nuestro mundo– tiene derecho a existir y no debe ser erradicado. Lo único que debemos hacer es corregirlo y darle un uso adecuado”. Esto se puede lograr cuando las propensiones internas, sean las que sean, son utilizadas en beneficio del todo.

En efecto, los modelos de sistemas complejos han sido utilizados desde hace tiempo para explicar el comportamiento social humano. Jane Jacobs argumenta en su libro Las ciudades y la riqueza de las naciones: Principios de la vida económica, que cuando grandes estados-nación gobiernan sus ciudades a través de un control centralizado y una resolución de problemas centralizada, puede resultar en un ahogamiento de la creatividad e impedir el desarrollo de la eficacia.

Por lo tanto, desde una perspectiva de sistemas, parece un despropósito pensar que una ideología en el poder por sí misma pueda tener éxito. Las ideologías deben ser tratadas como fenómenos naturales que evolucionan en nuestras sociedades. En lugar de llevar las ideologías al extremo, necesitamos idear un proceso donde puedan complementarse y contribuir a la estabilidad y la prosperidad de la sociedad en su conjunto.

 

Cómo seguir de ahora en adelante

Pragmáticamente hablando, no hay ningún paso inmediato que pueda cambiar el clima político y social de una vez. Ambas partes probablemente seguirán confrontadas entre sí; es el resultado de décadas de adoctrinamiento social y progresiva separación. Por lo tanto, debemos comenzar a subsanar esta situación con un proceso socioeducativo que gradualmente repare esa mentalidad de división.

Necesitamos prácticas culturales y ejemplos que muestren cómo es posible tomar decisiones conjuntamente: cómo representantes de diferentes puntos de vista –incluso los más opuestos– pueden sentarse juntos y conectar solo para descubrir una mayor comprensión de las situaciones y hallar soluciones.

En tales prácticas, nadie tiene que sacrificar su opinión en pro de los demás, sino que de la unidad de los opuestos surge algo nuevo, inclusivo y más sostenible. Esas prácticas proporcionarán un conocimiento experiencial a partir de nuestras diferencias del que nos podemos beneficiar. Y el proceso de toma de decisiones políticas se convertirá en un proceso creativo. Los diferentes representantes no intentarán someter a los demás, sino que sumarán, añadiendo a un sistema que es mayor que ellos.

En el mundo de los negocios ya hay muchas organizaciones que practican esto. Y mis estudiantes, por todo el mundo, están llevando a cabo algo que han denominado “círculos de conexión”. En estos círculos, desconocidos, personas de diferentes orígenes, e incluso aquellos involucrados en conflictos activos, como árabes y judíos,  aprenden a complementarse entre sí de una forma que nunca antes creyeron posible.

 

Tratar la causa originaria

Como dijo Paul Laudicina en la revista Forbes a modo de resumen de la cumbre de Davos que tuvo lugar este mes: “El futuro, no cabe duda, es muy incierto. Pero lo que está claro es que ignorar las señales de aviso y no hacer nada para salvar estas brechas en la riqueza y en la opinión nos va a meter a todos en un aprieto”.

Nuestros vigentes sistemas sociopolíticos no han funcionado ni en la compresión ni el tratamiento de nuestros problemas globales en el marco de su contexto sistémico e interconectado. En un mundo donde las diferencias económicas se han vuelto tan radicales que es imposible ignorarlas, en una sociedad que sabe que la automatización dejará en breve a millones de personas sin sus puestos de trabajo, se nos da la oportunidad de cambiar el paradigma social en su esencia.

En lugar de reemplazar una ideología por otra y luchar por un poder temporal, debemos buscar la raíz de nuestra constante inestabilidad. La solución a nuestros problemas modernos no se encuentra en la verdad de una persona o en la de otra: se encuentra en la verdad que existe entre nosotros, en la conexión que existe por encima de todas nuestras diferentes opiniones y visiones. Esta solución da comienzo con cada uno de nosotros, y con todos nosotros en conjunto.

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