Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

A ser posible, no judío. ¡Gracias!

A ser posible, no judío. ¡Gracias!

Este es el anuncio, tal como aparece en the algemeiner

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Si las atrocidades que ocurrieron hace un mes en Francia no han conseguido despertar a todos los que aún presencian el antisemitismo con una feliz indiferencia, ahora llega este anuncio, inocente en apariencia, que busca “diseñadores gráficos no judíos”. Y nos coloca frente a una verdad incómoda. Si a este flagrante fanatismo le añadimos el violento ataque a unos guardias en una escuela judía de Niza, nos damos cuenta de que los judíos franceses que aún afirman abiertamente que no existe ningún problema de antisemitismo, sino que es una secuencia de sucesos fortuitos, están asumiendo una responsabilidad a la que quizá muy pronto sientan que debían haber renunciado.

Coincido plenamente con Eric Pickles, parlamentario y Secretario de Estado para las Comunidades y el Gobierno Local británico, en que “la historia del antisemitismo nos enseña que las peores atrocidades comienzan cuando la gente normal hace la vista gorda con los pequeños actos discriminatorios y las mentes se dejan arrastrar por una tendencia dominante, a veces incluso una moda, de aceptar los prejuicios”. Afortunadamente, los judíos en todo el mundo están empezando a ser conscientes de la gravedad de la situación. El 3 de febrero, el rabino americano Jason Miller escribió en Time: “Llegó el momento de no seguir ignorando la nueva ola de antisemitismo”, y sostiene que “la posibilidad de que vuelvan los horrores del Holocausto es una amenaza real”.

Como señala el rabino Miller, “por todo el mundo, estamos presenciando un significativo aumento de la violencia contra los judíos”. Un reciente estudio en el Reino Unido nos muestra que “Los británicos sienten más odio hacia Israel que hacia Irán”, afirmando que “solo Corea del Norte es considerado como un país ‘particularmente más desfavorable’”. Para los que vivimos en países menos azotados por el antisemitismo, quizá resulte tentadora la idea de sentarnos tranquilamente hasta que pase la tormenta con la esperanza de salir indemnes de ella. Pero esa es una estrategia arriesgada. Lo más probable es que termine siendo un grave error de lectura del mapa.

Esto nos afecta a todos, a todos los judíos, a todos alrededor del mundo, y es preciso que actuemos.

Pero antes de determinar esa acción necesaria, debemos examinar el contexto en el que irrumpe la actual ola de antisemitismo. Uno de los problemas más acuciantes en el mundo occidental es el deterioro social. El narcisismo y el aislamiento social están creciendo de una forma tan desmedida que han disparado los índices de depresión, causando toda una serie de problemas a nivel social. Las personas quieren desconectarse unas de otras; sin embargo, dado que somos seres sociales, tenemos que estar en contacto con los demás. El conflicto interno entre ese creciente deseo en las personas por estar centradas en sí mismas y la creciente dependencia entre unos y otros en todos los aspectos –desde el sustento más básico hasta la satisfacción emocional– supone un terreno fértil para toda una generación de jóvenes que anhelan más conexión humana pero que a la vez se sienten privados de aprecio y apoyo verdadero por parte de sus amigos y familiares. La gente se siente sola, atemorizada, y sin muchas esperanzas. Y eso es algo que ninguna red social puede remediar.

Al mismo tiempo, la población musulmana de toda Europa, especialmente en Europa central y occidental, se ha multiplicado de tal forma que ha transformado la demografía del continente. Si esto lo unimos a las crecientes tendencias extremistas del Islam, el profundo odio hacia los judíos que muchos musulmanes albergan, y las actitudes antisemitas que se han repetido en Europa desde el comienzo de la Edad Media, con la llegada de inmigrantes judíos, tenemos una bomba de relojería de violento antisemitismo preparada para explotar.

Bajo condiciones extremas la gente responde con reacciones extremas, se plantea soluciones extremas, y lleva a cabo actos extremistas. Es comprensible que exista preocupación y una creciente sensación de inseguridad entre nosotros, pero esto no debe hacer que caigamos en la pasividad. Si tenemos en cuenta que lo que provoca frustración en las personas y lo que las lleva a los extremos es la imposibilidad de conciliar esa creciente tendencia a centrarse en uno mismo con nuestra cada vez mayor interdependencia social y física, entonces, nos hallaremos muy cerca de encontrar la solución al antisemitismo.

Hasta el momento, hemos intentado responder al antisemitismo deshaciéndonos en explicaciones, argumentando que no somos tan malos como se nos presenta en los medios, que hay países que tratan a sus enemigos –e incluso a sus propios ciudadanos– mucho peor que Israel a los Palestinos, que los judíos no son desleales a los países que los acogen. Sin embargo, estas explicaciones solamente hacen referencia a los síntomas, a las quejas más recientes contra los judíos e Israel. No abordan la verdadera causa del odio hacia los judíos. Y por lo tanto, no pueden mitigar el antisemitismo.

La verdadera solución para el antisemitismo se encuentra en nuestras tradiciones morales y sociales. El Libro del Zóhar, siempre tan apropiado, recoge esto en la sección Ajarey Mot: “Vosotros, los amigos que estáis aquí, tal como estabais antes, con afecto y amor, de ahora en adelante no os separaréis unos de otros… Y gracias a vuestra virtud, habrá paz en el mundo”. Como científico que estudia las conexiones entre los órganos y sistemas del cuerpo humano, he podido aprender que, aunque cada célula del cuerpo necesita un sustento básico, toda su existencia depende de su funcionamiento como parte que contribuye a un conjunto mayor.

A lo largo de la historia, los judíos hemos cultivado la fraternidad y el apoyo mutuo. Nuestra unión nos convirtió en nación a los pies del Monte Sinaí. Y nos permitió prosperar como individuos, pero también como pueblo. Fuimos elegidos para ser “luz para las naciones” y traer paz al mundo con nuestra unidad, tal como dice El Zóhar, pero se nos culpa precisamente de todo lo contrario. La diatriba de Mel Gibson, “los judíos son los responsables de todas las guerras en el mundo”, no supone un incidente aislado. Es lo que millones, o quizá miles de millones de personas, piensan realmente sobre nosotros.

Hemos aportado al mundo los más elevados principios: “ama a tu prójimo como a ti mismo” es un concepto judío, y sin embargo, se nos acusa de propagar la degeneración. Escuchamos decir que nos aprovechamos del mundo, que controlamos y manipulamos los gobiernos y las finanzas, y que actuamos con nepotismo racial. ¡Se nos ha acusado incluso de haber fundado el Estado Islámico y haber propagado el Ébola! En resumen, como dijo recientemente el general William “Jerry” Boykin en tono jocoso (?), “El problema son los judíos. Los judíos son el origen de todos los problemas del mundo”.

No contamos con ningún arma contra el antisemitismo, pero tenemos el antídoto más potente, y es simple y fácil: nuestra propia unidad. La unidad ha sido siempre nuestro salvavidas, y aún puede serlo ahora, si decidimos utilizarlo.

Lo que el mundo requiere para resolver el conflicto entre el fenómeno de la interconexión y la cultura del individualismo es precisamente la unidad. Cuando estamos unidos, podemos aportar nuestras capacidades individuales para favorecer al conjunto de la sociedad. Y de ese modo, todo el mundo puede beneficiarse de la aportación de los demás. El problema es que estamos tan centrados en nosotros mismos que somos incapaces de unirnos.

Cuando éramos soberanos en nuestra tierra, desarrollamos una próspera cultura basada en la unidad y el apoyo mutuo. La clave para establecer una sociedad así aún se encuentra en nosotros. Ahora debemos reavivarla y ofrecerla a todo el mundo, a este mundo que tanto la espera.

Debemos darnos cuenta de que, aunque no provoquemos guerras intencionadamente, nuestra incapacidad para desbloquear la clave de la unidad está llevando al mundo al desastre. Es cierto: tenemos la clave para los problemas del mundo. En el momento en que reavivemos nuestra unidad y apoyo mutuo, y se lo ofrezcamos al mundo, no solo mitigaremos, sino que erradicaremos totalmente el antisemitismo. Toda forma de odio hacia nosotros desaparecerá. Cuando la gente se une, no se enfrasca en peleas. Pero debemos mostrar cómo hacerlo; hasta entonces, no habrá unidad.

He sido tachado de arrogante por estas palabras, por declarar que esta es nuestra misión. Pero esta es la verdad, y por lo tanto debe decirse. Si todo el mundo, no solamente el general Boykin, te dice que “eres el culpable de todos los problemas del mundo”, sin darse cuenta, están admitiendo que tú tienes la clave para solucionar “todos los problemas del mundo”. Y precisamente por eso nos odian las naciones: porque no les estamos ofreciendo esa clave. Este es el origen y raíz del antisemitismo, y no desaparecerá hasta que se la proporcionemos.

Por lo tanto, el antídoto para el antisemitismo es la unidad, empezando por nosotros los judíos y después, a través de nosotros, al mundo entero. Henry Ford, conocido fundador de la Ford Motor Company y declarado antisemita, dijo en su infame escrito El judío internacional – Un problema del mundo: “Parece que todo el propósito profético de Israel ha sido ilustrar moralmente al mundo mediante su actuación”. Cuando nos unamos, seremos esa “luz moral para las naciones” que estamos destinados a ser. Y “el significativo aumento de la violencia contra los judíos” que vemos por todo el mundo, se atenuará. Por fin una era de paz entre todas las razas y confesiones alumbrará a la humanidad. Ahora bien, si deseamos que esto ocurra, es nuestro turno primero.

 

Michael Laitman es Profesor en Ontología, Doctor en Filosofía y Cabalá, y Máster en Biocibernética Médica. Fue el primer estudiante y asistente personal del Rabí Baruj Ashlag (el RABASH). El Profesor Laitman ha escrito más de 40 libros que han sido traducidos a decenas de idiomas y es un solicitado conferenciante. Más información sobre Michael Laitman en la página: michaellaitman.com/es

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