Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

83 años del fallecimiento del Rav Kuk

A la sombra de los rascacielos de la ciudad de Tel Aviv, prospera un barrio de moda, Nevé Tzedek. En el corazón del barrio con tan prestigiosa historia, en la esquina de la calle Ajva 21, se encuentra una pequeña y humilde vivienda. Detrás de sus viejos muros se escondía un mágico oasis, en el que se reunían los más destacados intelectuales de la época del Yshuv (asentamiento hebreo en la tierra de Israel durante el período de conquista de los turcos).

Shay Agnón, Bialik, Azar, Berl Katznelson, A.D. Gordon y Nahum Guttman, fueron personajes de la cultura y la literatura hebrea de la época que frecuentaron el lugar, y a quienes se unió el rabino Yosef Jaim Sonnenfeld, quien fue el líder indiscutible de la comunidad ortodoxa en el antiguo Yshuv en Jerusalén, y muchos otros rabinos destacados en la segunda década del siglo XX.

La casa de Rabí Abraham Isaac HaCohen Kuk (conocido como “El Raayá”), y el inagotable manantial que fluía entre sus viejas paredes, simbolizan más que nada la carismática y fascinante personalidad de su dueño. Tal como su hogar, también el amplio corazón del Rav Kuk era una encrucijada espiritual en la que se cruzaron el mundo de la intelectualidad secular con la Torá y la Halajá (leyes judías) de los ortodoxos lituanos, fusionándose en uno solo entre esas paredes.

El cálido y poderoso amor de Rav Kuk por los seres humanos fundió las murallas de hierro y las diferencias entre las corrientes ideológicas de los diversos colonos de entonces. Él veía a los seculares que llegaban a la tierra de Israel y también a los ortodoxos, como socios en una sociedad espiritual unida que deseaba fundar.

Rav Kuk fue uno de los más destacados eruditos en la historia del pueblo judío. Un líder espiritual de gran altura, un brillante pensador, un poeta de gran inspiración, pero antes que nada, un cabalista gigante que dedicó su vida a traducir los principios de la sabiduría de la Cabalá -principalmente el amor al prójimo- a un lenguaje y un camino que pudiera ser captado por el joven pueblo que estaba en búsqueda de su identidad, consolidándose en Israel a principios del siglo pasado. A pesar de los muchos escritos que compuso, la imagen del Rav Kuk quedó en un nivel enigmático.

En los primeros años de la fundación del nuevo Estado, la división y la polarización en las calles judías fueron las responsables de que su corazón se hiciera pedazos. Él dedicó sus pensamientos a una sola meta: encontrar la manera correcta para unir las líneas de la nación, principalmente de dos polos: el secular y el religioso.

Las observaciones despectivas a las que fue expuesto muchas veces se dieron principalmente por su “afecto” a los “sionistas”, a pesar de que éstos estaban completamente alejados de la religión. “Ellos construyen la patria”, dijo muchas veces Rav Kuk, “la tierra de Israel es la oportunidad que se nos ha dado para comenzar un periodo de prosperidad espiritual y material, solo tenemos que saber cómo implementarlo debidamente”.

Como continuación directa de los grandes cabalistas que le precedieron, la tierra de Israel era para el Rav Kuk un nuevo nivel espiritual en el que se requería del pueblo que regresa a Sión la realización de su función espiritual. Él creía que la tierra de Israel fue dada al pueblo de Israel con el fin de que estableciera en ella una sociedad espiritual ejemplar, un espacio para el trabajo que debe desarrollar todo aquel que desee trascender internamente, mucho más allá de un terreno en el cual habitar.

El regreso a la tierra de Israel después de largos años de exilio, simbolizó para el Rav Kuk el comienzo del regreso del pueblo judío a la implementación de la idea espiritual con base a la cual fue creado; un lugar para vivir una vida espiritual desde la unión, elevándose por encima de la estrecha existencia egoísta.

Al igual que Baal HaSulam, Rabí Yehuda Ashlag, quien fue uno de los cabalistas más importantes, contemporáneo del Raayá, y quien fue su amigo y más cercano confidente, advirtió a Rav Kuk repetidamente que no podemos conformarnos únicamente con el cumplimiento técnico de costumbres y señales externas. Desde la altura de su gran alcance espiritual, Rav Kuk observaba la realidad israelí, y determinó que el regreso a la tierra de Israel había finalizado, efectivamente la época del exilio externo, pero el exilio interno no había terminado aún.

La división dentro del pueblo significaba a su parecer la raíz de todos los problemas. Por lo tanto, reiteraba que el secreto de la verdadera fuerza del pueblo judío está en la conexión, y que la unión y la espiritualidad son sinónimos de lo mismo. Más de una vez argumentó que solo cuando nos unamos en el amor al prójimo por encima de la naturaleza egoísta que nos carcome, podremos elevarnos al nivel espiritual y vivir aquí en paz y calma.

Como hombre de acciones, Rav Kuk no se conformó con esparcir ideas filosóficas y palabrerías. En el otoño de 1913, salió al frente de una delegación especial que incluyó a diez rabinos, la cual se denominó “La excursión de las colonias”.

Durante la excursión, expuestos a muchos peligros, viajaron en carretas amarradas a mulas, en vagones de tren, e incluso en bote, para encontrarse de cerca con la población de las colonias y los kibutz. Una de las narraciones más famosas, que expresa la perspectiva del mundo de Rav Kuk, ocurrió en el comedor de una granja de obreros en un poblado llamado Merjavia.

A su llegada, los rabinos fueron recibidos con gran indiferencia. Su entrada al comedor fue acompañada de miradas desconfiadas y con una prominente frialdad. Uno de los colonos se levantó y gritó: “no pierdan el tiempo con su trabajo y sus palabras, aquí no influirán a nadie”.

Al contrario de muchos de sus colegas, Rav Kuk no miraba a los pioneros con soberbia o arrogancia. Él consideraba a los pioneros de Merjavia como partes orgánicas de un solo tejido humano, que actúa en armonía y en un esfuerzo interno de realizar el propósito de la creación.

El concepto “amor” no era un término abstracto para él, sino una expresión práctica y perfecta de la sensación de conexión y una relación profunda que existe entre todos los “órganos del cuerpo” en su estado corregido. Él repetía y enfatizaba que el propósito del pueblo judío es ser un órgano especial cuya función es pavimentar el camino para el cuerpo entero e iluminar la meta final de toda la humanidad. Debemos aspirar a realizar ese rol y diseminar los principios de la sabiduría de la verdad con toda nuestra fuerza, hasta que el potencial espiritual que está oculto en ella se manifieste y se revele en toda su magnitud.

Han pasado ochenta y tres años desde que falleció Rav Kuk, y en la realidad de nuestra vida de división se siente su ausencia aún más . Una sociedad israelí deteriorada, que vive en la tierra de Israel, necesita de su espíritu conciliador que une y ama.

No en vano la mayoría de sus escrituras comienzan con la palabra “Orot” (Luces), siendo la palabra Luz  parte de su nombre. La luz israelí aún es emitida desde las ventanas de su casa, brilla y llena de esplendor real y puro, invitándonos a entrar. Parecería como si la pequeña vivienda estuviera todavía abierta y que todos sus vecinos fueran bondadosos, parte de ese cuerpo unido que vio su dueño en su espíritu, trepando hacia la cima del conocimiento espiritual.


Aquí pueden leer algunas perlas de Rav Kook acerca de la unión de Israel > bit.ly/2c9bgcF

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