Vemos a la nueva generación y nos preguntamos: ¿qué mundo le deseamos, si fuera posible? ¿un mundo similar al actual, pero mejorado o uno completamente diferente?
Es claro que nadie quiere que sus hijos estén constantemente a la defensiva, entre discusiones y conflictos ni atrapados en una competencia despiadada y violenta. No queremos un mundo donde sea inseguro salir de noche, como si las calles fueran la jungla llena de depredadores. No queremos una realidad en la que nunca sepamos qué nos espera y donde las condiciones de vida sean más difíciles cada año. Sin embargo, eso es exactamente lo que tenemos hoy.
Estrés, depresión, desesperación, tensión, ansiedad, adicciones, suicidios, violación y abuso, un ambiente cruel en escuelas y en redes sociales, además, calentamiento global, contaminación de aire, agua y suelo, propagación de enfermedades y pandemias, crisis económicas y aumento del costo de la vida. Sin mencionar la intensificación de terrorismo, guerras y armas nucleares que acechan en el horizonte. En resumen, estamos en una situación muy peligrosa.
¿Cómo llegamos al punto de dejarles a nuestros hijos un mundo tan inadecuado para una vida buena, tranquila y pacífica?
La fuerza que nos ha impulsado a lo largo de la historia es el ego, es decir, el deseo de disfrutar sólo en beneficio propio. El crecimiento del ego humano nos condujo al progreso en la vida social y económica, en ciencia y tecnología. Logramos grandes hazañas, pero en el camino, no comprendimos cómo usar nuestras capacidades de forma que realmente nos beneficie.
Como resultado, creamos un mundo muy egoísta, donde todos intentan explotar a los demás. Nadie ve más allá de sí mismo y muchos se complacen en construir su éxito a costa de la ruina ajena. Así, nos destruimos a nosotros y a la naturaleza que nos rodea y sin sentir responsabilidad.
Actualmente, la humanidad es como un grupo perdido en el bosque, no sabe qué hacer. Los líderes, gobernantes y quienes toman decisiones, están perdidos. Las conferencias, asambleas y foros a los que asisten no aportan ninguna solución efectiva, ni a nivel global ni nacional.
De ahora en adelante, lo único que puede ayudarnos es un proceso educativo y cultural integral, gracias al cual daremos a luz a una nueva humanidad.
Entendemos que sin una buena educación, nuestros hijos no llegarán a nada. Ahora debemos adoptar esta misma actitud hacia nosotros. Debemos sentarnos juntos y reflexionar: ¿En qué queremos convertirnos? ¿cómo queremos vivir? ¿qué debemos cambiar en medios de comunicación, en redes sociales, en educación, cultura y en todos los ámbitos? Esta debería ser la principal ocupación de la humanidad en los próximos años.
Las tecnologías avanzadas transformarán radicalmente el mercado laboral, harán innecesaria a la mayor parte de la población. Las computadoras y los robots harán la mayor parte del trabajo por nosotros y producirán todo lo que la humanidad necesita. Esto liberará gran parte de nuestro tiempo y es importante que lo invirtamos en aprender, investigar y desarrollar el nuevo mundo que vale la pena construir.
Sobre todo, deberíamos permitirnos soñar en grande. ¿Cómo podría ser la vida nueva? Un sueño más grande, más pleno y hermoso.
Sin duda, la situación más segura y óptima es un mundo donde todos sean como una familia que funciona sanamente. Todos viviendo en armonía y afecto mutuo, con la sensación de que todos dependen de los demás, de que la paz de cada uno depende de la paz de la sociedad. Es una sociedad donde todos se preocupan por todos y reciben cuidados a cambio. En ese sentimiento familiar, cada uno lo da todo por el bien común, ya no se trabaja para sí mismo. Se toma sólo lo necesario para sobrevivir y se dedica toda la energía al bienestar de todos.
Es evidente que cada uno es diferente y cada nación es única, debemos preservar esta diversidad y singularidad. Debemos tratarnos con respeto, dar cabida a todos. Sólo necesitamos estar de acuerdo en que queremos avanzar hacia una vida de conexión, consideración y plenitud, hasta llegar a amarnos todos.
El pueblo de Israel tiene una misión especial en este proceso universal. En nuestras raíces reside el gran secreto, el método para vivir según el lema «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Es el método para corregir la naturaleza humana, así, se puede corregir el mundo.
Perdimos este método desde la destrucción del Templo, cuando caímos en odio infundado. Si con nuestra conexión lo redescubrimos y reconstruimos esta vida, nos convertiremos en modelo para el futuro. Por eso regresamos aquí, tras dos mil años de exilio entre las naciones. Hoy, tenemos a nuestra disposición los medios para construir una sociedad ejemplar que iluminará el mundo.
La naturaleza de nuestro pueblo alberga los cimientos necesarios. Lo único que necesitamos es despertar juntos estas tendencias latentes. Siempre hemos valorado la sabiduría y la bondad, no el poder ni el dinero. Entre nosotros nunca hubo opresión ni clases ni amos ni esclavos como en otras naciones. Todos en Israel somos amigos, somos hermanos, garantes unos de otros. Estos son los valores israelíes originales y en el mundo interconectado del mañana, se revelarán como el único código de vida viable.
Cuando logremos aplicar este método de conexión entre nosotros, se extenderá a la humanidad. Se neutralizará el odio hacia nosotros y del corazón de los demás se extirpará la raíz del antisemitismo. No hay otra solución a las amenazas que nos rodean por doquier, es lo único que nos traerá verdadera paz y seguridad.
De hecho, la crisis integral que enfrenta la humanidad, es la invitación a la siguiente etapa evolutiva. Mientras más pronto fundemos una nueva educación y cultura, una que, poco a poco, nos lleve hacia la conexión, reciprocidad y plenitud, más fácil será dar a luz a un nuevo ser humano, a una nueva humanidad.


