Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Las diez tribus perdidas y ¿quién es judío?

La luz penetra las ventanas de una pequeña choza de ladrillos, e ilumina un grupo de hombres africanos meciéndose, vestidos de blanco. Uno cierra sus ojos y grita con un fuerte acento hebreo: “Osé shalom!” «Aleluya!», responde la multitud.

Él canta de nuevo: «Osé shalom!» Todos ellos al unísono responden, «Aleluya, paz en las alturas”. Así el pueblo Igbo reza unido, con el anhelo en sus voces por la Tierra de Israel.  

La tribu Igbo vive en Biafra al sureste de Nigeria, con una población estimada en unas 20 millones de personas. Decenas de miles de ellos, se identifican como judíos, en toda su extensión. Un número significativo de la tribu Igbo practica la circuncisión, lee la Torá, usa kipá y chales de oración.

A lo largo de las generaciones muchas tribus indígenas y grupos étnicos de cada continente se han identificado como posibles descendientes de las Diez Tribus Perdidas que fueron exiliadas después de la conquista del Reino de Israel por los asirios, en el año 722 AEC y su destino se desconoce hasta el día de hoy. La tribu Igbo y otros grupos ¿podrían ser parte de las Diez Tribus Perdidas de Israel?, ¿cómo podríamos determinar quiénes de ellos son judíos?

¿Pueden los símbolos, los rituales y las costumbres indicar en definitiva que una persona o una tribu es judía? Para rastrear las raíces judías ¿deben intervenir historiadores y genetistas, así como las autoridades, para deliberar sobre asuntos religiosos? La sabiduría de la Cabalá ve la respuesta a la pregunta “¿quién es judío?” desde una profunda perspectiva que exige mirar hacia el reino de la antigua Babilonia, a la cuna de la humanidad, donde comenzó el judaísmo.

Hace 3,800 años, en Mesopotamia, donde se localizaba una pródiga región -que ahora es Iraq- la humanidad empezó a convivir en fraternidad, con un sentido de destino compartido, como en una gran familia universal. Sin aspirar a grandes conquistas, la sociedad pagana de aquellos días, satisfacía los pequeños deseos de sus miembros para una vida pacífica, refugio y alimentos básicos. Ellos establecieron una próspera sociedad agrícola que vivió tranquila como un solo cuerpo.    

De pronto, la vida cambió en Babilonia. El deseo de recibir placer, el “egoísmo”, naturalmente empezó a crecer y a desarrollarse, exigiendo de la vida placeres cada vez más grandes. Los egos crecientes empezaron a chocar, causando separación, haciendo que cada uno viera al otro sólo en términos de su beneficio personal, aunque fuera a expensas del prójimo.  

 

Preocupado por la desintegración de la sociedad, un sacerdote babilonio de nombre Abraham, empezó a investigar seriamente la razón por la que los babilonios habían dejado de amarse mutuamente. En el proceso de su investigación, descubrió el sistema natural que conecta a todas las personas bajo el manejo de una única fuerza que envuelve: el amor. Descubrió que la raíz del odio humano yace en el desarrollo del ego y su desequilibrio.  

Abraham entendió que para equilibrar la fuerza negativa del egoísmo es necesario despertar esta fuerza positiva de amor y conexión inherente a la naturaleza. En otras palabras, el esfuerzo común por construir buenas relaciones -a pesar de y por encima del rechazo egoísta- que nos abra un nuevo espacio espiritual entre las personas, dentro del cual un sentido de completitud y armonía se revela. El brillante descubrimiento de Abraham y la forma de llevarlo a cabo se resume como la sabiduría de la Cabalá. Emocionado por su avance, Abraham emprendió una extensa campaña para difundir la sabiduría entre todos los habitantes de la antigua Babilonia.  

Como lo explicó Rambam, decenas de miles llegaron a la tierra de Israel desde todas las tribus y clanes, representando todas las 70 naciones del mundo y construyeron la base para la edificación de la nación israelí. El resto de los antiguos habitantes de Babilonia se esparcieron por toda la Tierra y se desarrollaron en aproximadamente 70 naciones.  

El pueblo judío no es gente como de cualquier otra nación, que se basa en los denominadores comunes de área de residencia, relaciones de familia, origen o color. Los seguidores de Abraham, en cambio, fueron un grupo de personas distintas cuyo único denominador común era una base ideológica compartida. Este grupo especial más tarde se llamaría “Israel”, que deriva de la frase “Yashar-Él” (directo al Creador), es decir, un deseo que apunta directo a la fuerza que gobierna la realidad.  

Desde entonces y a lo largo de la historia, aquél que se unió a Israel sobre la base del mismo principio unificador fue bienvenido. Francés, italiano, africano, japonés; cualquiera en el mundo, podía y puede ser judío. La Cabalá explica que el pueblo judío no es una nación como las 70 naciones del mundo. El judaísmo es una ideología, una actitud del individuo hacia los demás. A pesar de que los judíos han vivido y se casan entre ellos, como un grupo relativamente pequeño a través de las generaciones y han adquirido una forma externa parecida, cuando se revelen las Diez Tribus Perdidas, no serán los genes los que nos unan, sino la ideología. La forma externa de las Tribus Perdidas, seguramente parezca diferente a la que vemos hoy como judíos, pero entre todos, existirá un espíritu de solidaridad mutua, combinado con el amor de Sión.

El despertar y la manifestación de las Diez Tribus Perdidas depende del despertar de los mismos judíos. Conforme los judíos se conecten más y más, su unidad se proyectará a través de la red de conexión que une a toda la vida y esto hará que las tribus emerjan de sus lugares ocultos. Al mismo tiempo, la unidad judía construirá una forma de “útero”, un entorno que pueda absorber las Diez Tribus Perdidas, a quienes dará nacimiento.

En cuanto lea estas líneas, querido lector, y si usted quiere sentir la fuerza única que opera en la creación, Bnei Baruj, nuestra organización mundial, enseña la antigua sabiduría de la Cabalá y recibe cálidamente a quienes anhelan entender el propósito de la vida, a través de la conexión de la humanidad como una familia.

 

 

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