Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Israel, un país bajo ataque de ansiedad

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Foto: Una mujer debate con manifestantes en una manifestación contra la reforma judicial del gobierno de coalición nacionalista de Israel, frente a una reunión del gabinete en Sderot, Israel, 20/abr/23. REUTERS/Corinna Kern

Tras una ola de atentados terroristas, manifestaciones (en contra o a favor) de la reforma judicial y el aluvión de entrevistas en los medios, advirtiendo que Israel está al borde del precipicio, hay un fuerte aumento de llamadas a los centros de emergencia, denunciando estados de ansiedad. La gente está preocupada por su futuro y el de sus hijos. Poco a poco, estamos descubriendo que el refugio que buscamos construir en el Estado de Israel, ya no es seguro. Es hora de que nos demos cuenta de que no nos sentiremos seguros en ningún lado. Estaremos rodeados de odio hasta que entendamos que, la clave para la estabilidad y la seguridad no es nuestra economía ni el ejército, sino nuestra unidad.

Así como fue en el exilio, cuando siempre estábamos rodeados de vecinos hostiles, los países del mundo harán lo mismo con nuestro país. Como dijo el ex director de la Liga Antidifamación Abraham Foxman, de hecho, Israel es “el judío entre las naciones”.

Israel es uno de los países más avanzados del mundo. Líder mundial en alta tecnología, ciberseguridad, tiene una industria militar y un ejército que son la envidia de los países más desarrollados, una economía fuerte, sólida en continuo desarrollo y con abundancia natural de gas. Los israelíes deberían haberse sentido seguros y confiados, incluso suficientes. Pero, ninguna de estas ventajas nos dará confianza, mientras seamos débiles por dentro. Seremos derrotados interna y externamente, no por falta de poder, sino por falta de capacidad o deseo de defendernos y será por la división interna. Nuestro peor enemigo no es Irán ni ninguno de sus representantes; es nuestra propia división, nuestro odio mutuo.

Nunca podremos eliminar nuestras diferencias. Nuestros antepasados llegaron de diferentes tribus y naciones y sus diferencias culturales rompieron la nación una y otra vez, hasta que, hace dos milenios, nos dispersamos por el mundo. Desde entonces, nuestras diferencias han crecido y se han profundizado. Actualmente, el abismo entre algunas de las facciones y sectores en Israel es tan profundo que, literalmente se consideran miembros de diferentes naciones e incluso, lo afirman explícitamente.

Pero, así como hace 2,000 años, a los romanos, no les importaron nuestras diferencias, ni a los nazis y sus cómplices hace ochenta y nos masacraron indiscriminadamente, hoy esas diferencias no les importan al resto del mundo. La humanidad nos considera nación y mientras no nos comportemos como tal, la humanidad nos castigará colectivamente, independientemente de nuestras opiniones políticas, ortodoxia religiosa, antecedentes culturales o cualquier otro criterio.

Pero ¿por qué la humanidad nos odia? Cada país tiene sus razones declaradas, para estar resentido con el Estado de Israel y con los judíos residentes. Aunque, la causa fundamental de todos los agravios y el combustible que alimenta el fuego, es nuestra propia desunión.

Somos diferentes de las demás naciones; dependemos de nosotros mismos, de nuestra unidad y eso es exactamente lo que el mundo quiere ver en nosotros. No ganamos nuestra independencia sólo por la guerra. Antes de que estallara, el mundo explícitamente expresó su consentimiento para establecer el Estado judío en la tierra de Israel. Se nos dio la oportunidad de cumplir con nuestra misión histórica de ser una nación modelo. Si no estamos a la altura de la tarea, el mundo revocará nuestro derecho a vivir aquí y nos desterrará de Israel, a quién sabe dónde. De hecho, nuestro estatus internacional es tan pobre que, si la votación para establecer el Estado de Israel fuera hoy, no obtendríamos ni dos tercios de los votos mínimos requeridos en noviembre de 1947, para confirmar nuestra condición de Estado. La verdad es que tendríamos suerte de conseguir uno.

Sin embargo, como dije, dependemos de nosotros mismos. Si nos convertimos en nación modelo, cuyos miembros, aunque no están de acuerdo en nada, mantienen e incluso solidifican su unidad por encima de los abismos en sus opiniones, estilos de vida y cultura, ganaremos el respeto y la afirmación del mundo. Si sucumbimos al odio, el mundo intensificará su presión contra nosotros, nos aislaremos cada vez más, el país se desintegrará y quién sabe qué será de nosotros.

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Publicado en: Judíos, News

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