Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

El futuro de los empleos: trabajar como ser humano

33,000 empleados en la compañía ToysRus en Estados Unidos, una gran red de jugueterías y la más famosa del mundo, finalizarán pronto su trabajo. Guardarán en una caja marrón de cartón la fotografía de sus últimas vacaciones familiares que cuelga en la pared de sus oficinas, se llevarán de recuerdo uno o dos juguetes y volverán a sus casas irremediablemente. Estos empleados se unen a una larga fila de cientos de miles de desempleados que han perdido su puesto de trabajo en los últimos años y parece ser que no es el final.

Imagínense la crisis y la indignación en el corazón de cada desempleado; ahora deberá buscar un nuevo trabajo, preocuparse nuevamente por la falta de ingresos, adaptarse a la restricción de las comodidades a las que se acostumbró, y principalmente enfrentarse a un vuelco en su vida que lo arrancó del ámbito al que estaba acostumbrado y que en gran medida lo definía a los ojos de la sociedad y de sí mismo.

Los nuevos desempleados no han perdido su empleo por falta de moral laboral o por desprecio a su lugar de trabajo, sino porque ya no son necesarios. Es más rentable producir productos por medio de robots, más barato y más cómodo encargar productos por Amazon tan solo apretando un botón.

ToysRus es un ejemplo de la primera y aterradora ola tsunami que el mundo de los negocios, pequeños y grandes, sufren por igual. Esta ola tecnológica-virtual en formato de corporación gigante como: Amazon, Alibaba, Google y sus compañeros de ventas, aplastan todo terreno comercial posible: la venta al por menor, bancos, ropa y moda, comestibles, publicidad, etc. Después del sector privado, esta ola inunda nuevos dominios también en el sector público. Ya se habla de una enorme cooperación entre billonarios como Bill Gates, Warren Buffet y el fundador de Amazon, Jeff Bezos, quienes contribuyen con grandes capitales para llevar a cabo varios propósitos – desde la eliminación de enfermedades hasta cambios sociales. Como en el juego de dominó, van tirando en su paso una compañía tras la otra, un empleado tras otro.

Supuestamente, esta revolución se va infiltrando silenciosamente, pero en realidad está produciendo un terremoto social y económico en una escala que no conocemos. El futuro tecnológico-virtual va cambiando paulatinamente las infraestructuras económicas comerciales a las que nuestro mundo está acostumbrado y sobre las cuales está basado.

Parece que aun nadie digiere el tamaño del cambio. Se escuchan muchas voces de políticos, economistas y comentaristas, que nos llaman a reconocer la nueva revolución industrial que está por ocurrir, similar a la anterior. Volveremos a ver que al final del proceso nacerán nuevas ocupaciones que no hemos conocido aún, y el mercado de trabajo ofrecerá una abundancia de empleos alternativos, vivos y vitales. Pero quien piensa esto, no comprende aún el volumen del fenómeno y su cualidad. Ya hoy, en Estados Unidos y en Gran Bretaña, podrían reemplazarse la mitad de los puestos por máquinas – 80 millones de personas por lo menos.

La nueva tecnología que evoluciona en un ritmo vertiginoso, acabará reemplazando la totalidad de las capacidades humanas. No se trata de una máquina que trabajará sustituyendo las manos y piernas humanas, sino de una inteligencia artificial que gradualmente reemplazará la inteligencia humana: pensará creativamente, producirá, analizará, desarrollará, programará, y trabajará mejor y eficazmente mil veces más que el más capaz de los obreros.

La inteligencia artificial y los programas avanzados que saben enseñarse a sí mismos y auto-actualizarse en un ritmo más constante y rápido que la capacitación profesional de un hombre, cambiarán todo desde la base: investigadores, médicos, programadores, cirujanos, gerentes de finanzas, directores de personal. ¿Qué será del hombre? El mercado de trabajo no necesitará más que un porcentaje mínimo de empleados para activar las máquinas y calibrarlas, o algunos individuos que se ocuparán de puestos que por el momento solo el hombre puede hacer debidamente.

Quien tiene ojos puede ver inmediatamente el colapso social. Multitudes de personas desempleadas sin expectativas de poner fin a su desempleo. Los modelos de la economía moderna no responderán a esta situación – solo podrán ocuparse de un 15% del desempleo y a duras penas. Pero, ¿una sociedad con 50% o más de desempleados? El método económico actual no tiene respuesta para esto.

Podemos ilusionarnos pensando que esta tendencia no es negativa y descansar plácidamente dentro de este tren que vuela como una bala. El peligro está en multitudes de desempleados que no se quedarán tranquilos en sus hogares y a la hora de la crisis saldrán con ira a las calles y demandarán su pan. De momento que la multitud siga excitándose, puede concluir en una rebelión que lleve a la violencia extrema y al apoyo de líderes radicales que ofrecerán una solución económica, como ocurrió ya en un pasado no muy lejano en casos similares.

En cambio podemos bajarnos de este tren en la próxima estación – una oportunidad revolucionaria sin revolución. Cuanto más conozcamos que el cimiento económico- social se encuentra bajo un cambio inevitable, un cambio en el que el hombre pierde el concepto de trabajo como lo ha conocido hasta hoy, comprenderemos que a fuerza de la realidad existe una obligación de proveer al público de sus necesidades básicas para existir. Ya sea por medio de una «Renta básica universal” (IBU), de la cual se está hablando ya hoy, o por medio de un mecanismo técnico. De otro modo, debemos comprender que el cambio del orden social de valores es lo principal: la administración en todo país debe reconocer que la preocupación de las necesidades existenciales de cada ciudadano – comida, vivienda, vestido, educación y salud – debe encabezar el orden de prioridades.

¿Qué dará el individuo a la sociedad a cambio de esto? Según el pronóstico tecnológico detallado anteriormente se necesitan muy pocas horas de personal para mantener las máquinas, entonces ¿a qué se dedicarán los hombres? A “ser humanos” – a desarrollarse interiormente, personalmente, familiarmente, socialmente y en lo que se halla en nosotros y constituye lo que nos enaltece por encima de los robots.

Esta revolución tecnológica no es casual y no es tecnológica. Es una revolución evolucionaria. Su propósito es librar al hombre, poner fin a la infinita carrera de roedores que está motivada por la ambición constante de tener riqueza, que no nos produce felicidad. Esta carrera tras el reloj se reduce en una sociedad de obreros que trabajan como tuercas en una corporación, acumulando tensión y principalmente, herrumbrándose en las relaciones mutuas – desconectándose unos de otros y aislándose entre sí.

En vez que el obrero invierta toda su energía en un trabajo mecánico, es mejor que aprenda en qué se diferencia el hombre de la máquina. El nuevo hombre debe invertir lo esencial de su trabajo en desarrollar la sensación de conexión natural entre sí mismo y el prójimo. Cuando la multitud de obreros se consolide y se dedique a sus relaciones día tras día, se formará una sociedad nueva y fuerte que producirá una energía positiva natural necesaria para existir equilibradamente. Dicha sociedad creará la fuerza de conexión y de unión, y mantendrá la solidaridad que le permitirá existir con calma, sin violencia y extremismo, y podrá neutralizar el separatismo,y principalmente prosperar.

Es cierto que en nuestro mundo se estila comprar cosas que no necesitamos para impresionar a la gente que no nos importa de ella, pero cuando las necesidades están cubiertas, la naturaleza del hombre exige un llenado interno. No en vano muestran las investigaciones sobre la felicidad, una y otra vez, que la conexión social es la que da curación, estabiliza mentalmente y enaltece espiritualmente. Por eso, a la par de las máquinas, el producto estrella de la sociedad futura es el clima social cálido y abrazador, la sensación de conexión familiar, la necesidad imprescindible del espíritu del hombre, la luz de su vida. El objetivo de nuestra evolución natural como sociedad humana es fundar tal conexión; esculpirla desde el trabajo constante sobre las relaciones entre nosotros y diseñarla hasta concluir en una armonía social. Esta es la única función que ningún robot podrá realizar jamás. En el resto, las máquinas inteligentes pueden reemplazarnos en un cien por ciento y no tiene sentido luchar en contra de esto, o pensar que hay quien pueda escapar de este destino y optar por una profesión de alta tecnología para aprovechar las supuestas oportunidades que traerá la nueva revolución económica.

La economía es el reflejo de las relaciones entre los hombres – qué da cada uno y qué recibe en la sociedad. Por eso, en un mundo en el que las máquinas proveen el material, a nosotros nos resta proveer el espíritu. Este programa de la naturaleza es la que nos empuja a reconocer la red de relaciones humanas y mutuas entre nosotros. Nosotros somos parte integral de la naturaleza y el programa que nos activa nos demanda el desarrollo determinante hacia una conexión más mutua y dependiente. Si ya a partir de ahora nos organizamos para adaptarnos y fluir con la corriente de la naturaleza, crearemos una calma en la sociedad, evitaremos manifestaciones violentas y dolorosas y no deberemos llegar a revoluciones extremas. Y ya que estamos, lo pasamos bien: los robos trabajarán para nosotros, y nosotros trabajaremos sobre nuestras relaciones y conseguiremos la felicidad y la satisfacción que el dinero no puede comprar.

 

Imagen: Reuters

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