
En la realidad actual, donde todos influyen en todos, la mayoría de los problemas vienen de las malas relaciones. Los juegos de ego en la sociedad, ya sea en negocios, trabajo, incluso en relaciones y familia, nos amargan la vida. Por un lado, la vida nos obliga a conectarnos con los demás, por otro, cada uno tiene un ego enorme que le obliga a dar prioridad a su interés sobre el de los demás. Para avanzar hacia un futuro mejor, necesitamos una nueva forma de vida.
El lugar natural para desarrollar una nueva perspectiva, hacia nosotros y hacia los demás, es la relación de pareja si no hay buena conexión, nos perjudica más. No es casualidad que las relaciones actuales sean cada vez más difíciles y que la unidad familiar se esté desintegrando. De esta forma, la naturaleza nos indica que es hora de mejorar nuestro vínculo con los demás. Si aprendemos a desarrollar sentimientos, comprensión, actitud y un enfoque óptimo hacia nuestra pareja, tendremos nuevas herramientas, sentidos y juicios que nos permitirán comprender a quienes nos rodean, vivir en armonía con el mundo y tener éxito en todos los ámbitos de la vida.
Nuestra pareja nos fue dada como ayuda para desarrollar mejores conexiones. En la relación, podemos identificar y aclarar los discernimientos sutiles, agradables o no, que están arraigados en nuestro carácter y visión del mundo. Con su ayuda, podemos aprender a utilizar rasgos para desarrollar una conexión óptima en toda la sociedad.
En principio, somos egoístas y muy distantes uno de otro. Para desarrollar nuestra capacidad de salir de la perspectiva estrecha y percibir la realidad a través del otro, necesitamos aclarar nuestros deseos y aspiraciones y lo qué nos gustaría ver en nosotros mismos y en nuestra pareja. Intentaremos escucharnos con todo el corazón, comprendernos. Gradualmente, formaremos una imagen del otro, un mapa interior. Más adelante, intentaremos abandonar nuestro punto de partida y comenzar a acercarnos para conectarnos internamente. Esto creará un espacio común entre nosotros y nos esforzaremos por expandirlo cada vez más. Esta cercanía, conexión y crecimiento se basan en el principio de la concesión.
Ceder es una palabra fuerte. ¿A quién le gusta ceder? Generalmente, se considera que sólo los débiles ceden. «Me presionaron», dice la gente, «tuve que ceder». Pero aquí hablamos de un tipo de concesión totalmente diferente. Renunciamos a la tendencia natural de considerarnos y sentirnos sólo a nosotros mismos, pues nos encierra en un mundo limitado. Esta concesión viene del deseo de desarrollarnos como seres humanos, de expandirnos, de sentir más la vida y el mundo exterior. Deseamos sentir los deseos, pensamientos, pasiones y satisfacción de los demás. Hacerlo nos dará nuevas herramientas y posibilidades para disfrutar de la vida. De algún modo, es como la madre que da a luz a su bebé. Su amor natural la lleva a disfrutar más cuando le da. ¿Podemos decir que cede, que pierde algo? Lo contrario. No cambiaría ese placer por nada del mundo.
El amor es una mascota que criamos como resultado de concesiones mutuas. Es lo que mi maestro, el cabalista Baruj Shalom HaLevi Ashlag (Rabash), solía decir. En este proceso de desarrollo, necesitamos ayudarnos mutuamente, darnos ejemplos positivos y hablar sobre la importancia de nuestro desarrollo. Necesitamos demostrar nuestra disposición a ceder, lo mucho que nos importa que el otro se sienta bien y feliz y que estamos dispuestos a dar.
Si cedemos en cada detalle y en cada pequeño regalo que nos damos, podemos alcanzar un enorme poder de conexión. Depende de que acentuemos la intención interior de nuestras acciones, del gran objetivo que queremos alcanzar gracias a la concesión. Podemos considerarlo una especie de juego de pareja, un teatro consciente, donde representamos el estado que queremos alcanzar. Interpretamos los roles de las personas en las que queremos convertirnos, personajes cada vez más desarrollados, que viven con mayor conexión y amor por los demás. Gradualmente, el juego de hoy, se convierte en la realidad del mañana.
Este tipo de concesión se llama «concesión espiritual» y no es negativa en absoluto. Renunciamos al ego para alcanzar algo mucho más grande, elevado y superior. La concesión espiritual no nos esclaviza ante los demás. Al contrario, nos permite salir de nosotros mismos. Construimos un espacio común cuando nos elevamos por encima de nosotros mismos. Necesitamos sentir que los deseos y pensamientos de nuestra pareja son más importantes que los nuestros y nos ponernos a su servicio. Nos vestimos como ellos y podremos ver el mundo a través de sus sentimientos y mente.
Por naturaleza, sólo percibimos lo que nos beneficia o perjudica, eso entra en la caja cerrada de percepción a través de nuestros cinco sentidos. La concesión espiritual desarrolla la capacidad de superar los límites del ego y logra conectarnos con emociones y pensamientos del otro. Los ejercicios mutuos de concesión sirven como «ejercicio espiritual», fortalecen nuestra capacidad de sentir a los demás, sin importar el ego, es decir, sin la intervención del interés propio. Esto se llama percepción «extracorpórea», percibimos el mundo tal como es antes de que el ego lo filtre. Con el tiempo, se desarrollan en nosotros cinco nuevos sentidos externos, adicionales con los cuales podremos sentir la realidad superior.
Cuando sucede, agradecemos a nuestra pareja por darnos oportunidad de salir de nosotros mismos. Descubrimos que, esencialmente, nos sacó de la prisión egoísta de nosotros mismos. Todas las cualidades, aparentemente, negativas que vimos en nuestra pareja, ahora aparecen bajo una nueva luz. Vemos que nos complementamos. Todas las protuberancias de uno encajan con precisión en las hendiduras del otro, por así decirlo, como en un rompecabezas y gracias a la conexión se forma la imagen de la persona. Sentimientos como; miedo, ansiedad, temor a ser herido, desaparecen cuando adoptamos esta nueva perspectiva de la vida.
Y comprendemos por qué «Ama a tu prójimo como a ti mismo» es la gran regla de la realidad. Gracias al amor, descubrimos ante nuestros ojos, un mundo completamente diferente, un mundo eterno y perfecto. «Vi un mundo opuesto», dijeron los grandes que lo merecieron y allanaron el camino de todos nosotros. En consecuencia, el trabajo sabio con nuestras parejas puede elevarnos, de un mundo de peleas, fricción y luchas de poder interminables, a la cima de la evolución como seres creados.



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