
¿Por qué el primer amor casi nunca culmina? ¿por qué es como un sueño que nunca se concreta? Es para que siempre soñemos con él, no con la persona, sino con el sentimiento mismo. Esa sensación de grandeza, esa disposición total a entregarnos por completo a otro, permanece con nosotros. Es lo que la fuerza superior que nos creó y nos sostiene —a la que, en la sabiduría de la Cabalá, llamamos «Creador», «Dios» o «Naturaleza»— quiere sembrar en nuestro corazón con el primer amor que nos regala.
Si realmente nos conectáramos con el primer amor, con la comprensión y satisfacción plenas, de ese sentimiento, también se habría extinguido, lo volvería ordinario y mundano. En cambio, recibimos este sentimiento para que no se puede alcanzar físicamente. Se nos presenta para que lo busquemos constantemente, lo anhelemos y busquemos alcanzarlo. Ese sentimiento se convierte en una brújula que nos señala algo superior.
Es un sentimiento que se almacena en nuestra memoria, oculto en nuestro interior, como una astilla en el corazón que nunca desaparece y todos lo llevamos.
Pero, ¿amamos de verdad a la persona que consideramos nuestro primer amor? No, ni siquiera la vemos. No vemos a la persona en sí, sino una chispa, algo que se depositó allí para encendernos. Esa chispa nos cautiva, nos hace querer estar cerca de ella para siempre.
El propósito de esa chispa es hacernos sentir que el amor existe y junto con él, la sensación de anhelo, vacío doloroso, dolor dulce, se vuelve la primera muestra del anhelo espiritual.
Por lo general, nadie se casa con su primer amor. Porque esta experiencia, que involucra nuestros sentimientos, sueños y anhelos, está orquestada por la fuerza superior que existe en la naturaleza. La naturaleza está detrás de cada sentimiento, sabor y estado, nos guía para que finalmente y paso a paso, descubramos en nosotros, la cualidad del amor.
Rara vez ocurre que las personas se conozcan jóvenes, se enamoren, se casen, formen una familia y envejezcan juntas. He visto casos así y son muy interesantes de observar. Estas parejas suelen tener muchos hijos. Parecen entenderse profundamente, sin palabras y suelen ser felices.
Pero estos casos son extremadamente raros. Son una especie de regalo divino. Una señal.
Pero, en última instancia ¿qué nos muestra? Que debemos buscar un amor eterno, superior y verdadero. No amor a la pareja ni por la fiesta ni por la patria, sino amor por la naturaleza misma, la cualidad misma de amor y generosidad que nos creó y nos sostiene.
¿Cómo llegamos a ese amor? Desarrollando amor por los demás. Amor no sólo por aquellos por quienes siento algo especial, sino amor por absolutamente todos. Con amor a los demás, llegamos a amar a la naturaleza misma. En la sabiduría de la Cabalá se llama, «del amor al hombre al amor a Dios», ya que, en Cabalá «Dios» y «Naturaleza» son uno y lo mismo.
Esa es la verdad fundamental tras la sensación de nuestro primer amor: darnos la idea de que el amor existe y que el mismo anhelo y deseo que aplicamos naturalmente a ese primer amor, debemos aplicarlo voluntariamente para alcanzar «del amor al hombre al amor a Dios».


