
En mi vida como cabalista, he comprendido que la mayor oportunidad de transformación personal está en la relación entre dos personas, especialmente entre parejas. No es sólo una colaboración logística ni la coexistencia diaria, sino un espacio sagrado donde podemos desarrollar una nueva naturaleza, una naturaleza de entrega, comprensión y unidad. Lo llamo «laboratorio doméstico», campo de entrenamiento para el alma.
Cuando iniciamos una relación, aún no conocemos realmente al otro. A menudo, pensamos que sí, basándonos en lo que nos gusta, nos disgusta o esperamos. Pero la verdadera conexión comienza cuando dejamos eso de lado y podemos sentir al otro desde dentro, cuando creamos en nosotros una imagen interior completa y detallada de nuestra pareja.
Este proceso comienza con el deseo profundo de superar el ego. Debemos reducir la importancia de nuestros deseos, de nuestras inclinaciones y a cambio, darle protagonismo al otro. ¿Qué quiere? ¿qué ama? ¿qué teme? ¿qué le causa alegría o tristeza? Poco a poco, construimos nuestro interior un nuevo personaje, el de la pareja, hasta que se vuelve real, vivo en nosotros. No es imaginación. Es trabajo. Un trabajo profundo, psicológico y espiritual.
Cuando integramos plenamente la imagen de nuestra pareja en nosotros, logramos percibir el mundo a través de sus ojos. Vivimos en ella. Sentimos sus necesidades como nuestras. A partir de ahí, podemos actuar de forma verdaderamente amorosa, no con base en cómo creemos que debería ser el amor, sino en lo que nuestra pareja realmente necesita. Idealmente, la pareja hace lo mismo por nosotros. Así nos convertimos en uno: no fusionándonos, sino por comprensión precisa y recíproca.
A esto me refiero cuando digo que «amor es unidad». Y la unidad proviene de la integración. Integro los deseos de mi pareja en mí y ella integra los míos en sí. Y nos relacionamos en el modelo interno que construimos. Es como si dos sistemas se sincronizan con interfaces compatibles, similares a los componentes de una máquina o a los elementos de la naturaleza. De otra forma, no puede existir ninguna conexión ni emocional ni espiritual ni de ningún tipo.
Esta integración requiere honestidad y apertura total. En los talleres que guío, las parejas comienzan describiéndose en tercera persona, como si observaran a un personaje. «Jaime tiene miedo de…», «Jaime se alegra por…», ¿Por qué en tercera persona? Porque el yo que describimos no es realmente «nosotros». Es el conjunto de rasgos que nos da la naturaleza, el entorno y nuestra crianza. No es nuestra esencia. Esta perspectiva nos permite observar sin vergüenza ni a la defensiva.
Luego, nuestra pareja añade a esa imagen, cómo nos ve. También habla en tercera persona. No es fácil, pues puede resultar revelador. Pero también es liberador. Logramos entender que no hay nada que ocultar. Que nuestro yo es una construcción y que ahora podemos participar en su remodelación.
Una vez construidas las imágenes, comienza la segunda fase de absorción. Incorporamos la imagen de nuestra pareja a la nuestra. Comenzamos a vivir conforme a ella. Dejamos de proyectar y comenzamos a reflexionar, nos adaptamos a la realidad de la pareja. La pareja hace lo mismo. Con el tiempo, los avatares internos que construimos comienzan a fusionarse. Logramos un estado de entrega y responsabilidad mutuas. Es la puerta de entrada al amor. No es un sentimiento fugaz, sino un estado de unión activo, consciente y en constante evolución.
Gracias a esa labor de amor, no sólo mejoramos nuestra relación, nos humanizamos. Es decir, nos convertimos en personas capaces de conectarnos, no sólo con nuestra pareja, sino con el mundo y en última instancia, con la fuerza positiva de amor, entrega y conexión que reside en la naturaleza. Esto se debe a que, al alcanzar un estado de unidad con los demás, invitamos a la fuerza superior que reside en la naturaleza a entrar en nuestras conexiones. Esa fuerza se convierte en el pegamento, la vitalidad, el «tercer socio divino» en la relación.
Esto es lo que enseño, vivo y confío en que toda pareja puede lograrlo si está dispuesta a hacer el trabajo interior. Las recompensas son ilimitadas.


