¿Somos responsables del mundo en el que vivimos?

Cuando veo el mundo, veo que ya somos ocho mil millones. Pero, muy pocos están dispuestos a decir: «Soy yo quien necesita aprender». Todos señalan a los demás: «Son malas personas. Son egoístas. Son la razón de nuestro sufrimiento». Esa es la reacción automática, la fórmula de referencia.

Pero ¿cómo podemos comprender que somos nosotros quienes necesitamos educación? Sólo a base de golpes. No hay otra forma. Si creemos ser tan buenos, ¿por qué el mundo está en tan mal estado?

La gente suele decir: «El mundo es malo porque los demás son malos». Pero como todos piensan así de los demás, tenemos un mundo malo. Y por supuesto, todos se excusan.

Seguiremos pensando así, hasta que suceda algo tan pesado que ya no podamos justificarnos. Al hacerlo, nos acarreamos problemas y crisis. En lugar de corregirnos y cambiar nuestras cualidades egoístas por su opuesto, la cualidad altruista, nos calmamos con mentiras: «Soy bueno. Los demás son malos». Esta actitud inevitablemente trae desastre al mundo.

La verdadera educación comienza cuando aprendemos a examinarnos. Debemos preguntarnos: «¿Cómo soy yo?». Debemos reconocer que todo se lo debo a los demás, que soy el único que no está corregido. Todas las faltas que veo —mentirosos, ladrones, estafadores, los que odia— no son de los demás. Son mías.

No hay otros en absoluto. Lo que veo afuera es reflejo de mis propios defectos. Veo ocho mil millones de personas a mi alrededor, cada una representa una cualidad negativa dentro de mí. Así me proyecto al mundo.

Cuando observo el mal, cuando veo a una persona malvada, ¿qué debo hacer? Debo corregirme. Así podré ver un mundo diferente, uno más unido, que busca relaciones altruistas, amor y conexión humana positiva. Entiendo que todo es un sistema único y ese, soy yo.

Absorbo el mundo en mí y me convierto en ese sistema. Lo que percibimos actualmente es una verdad fragmentada, destrozada por el ego interior. Si reuniéramos todos los fragmentos rotos en una sola imagen, nos descubriríamos viviendo en un sistema único y bien engrasado, de relaciones armónicas y pacíficas.

Esa es la tarea que tenemos por delante: reunir al mundo y decir: «Este soy yo. Este mundo depende de mí». Soy responsable de todo y de todos. Cada uno, incluso el más sencillo y común, es responsable del mundo entero, en la medida en que se encuentra en él.