
Si de verdad quieres ayudar, debes estar dispuesto a dar incondicionalmente. Dar es que, la acción fluye sólo de ti hacia otro, sin importar quién sea: hombre, mujer, niño o incluso un animal. Ayudar es el acto en sí, no lo que recibes a cambio. Das tu mano, tu energía y tu tiempo, sin esperar absolutamente nada a cambio: ni agradecimiento, ni sonrisas, ni regalos, ni siquiera una mirada amable.
Incluso la palabra «gracias» tiene un peso enorme, puede sentirse como recompensa millonaria. El bebé le sonríe a su madre y esa sonrisa se convierte en el mundo entero para ella. Así que debes preguntarte: ¿Di por dar o por la recompensa? La generosidad verdadera ocurre cuando no esperamos nada a cambio. De lo contrario, sólo es una transacción.
Pero, ¿podemos dar así, sin esperar nada a cambio? De hecho, esa es la generosidad verdadera. Si ayudas, pero esperas reconocimiento, aprecio o cualquier otra reacción, no es altruismo, es egoísmo disfrazado.
Por eso, la gente se siente agotada después de ayudar a otros, por eso siente vacío, incluso traición. Espera respuesta, algo de energía que retorne. Cuando no recibe nada a cambio, siente vacío, un agujero negro. Por eso, antes de intentar ayudar, debemos asegurarnos de hacerlo sin esperar nada a cambio. Así, no sentiremos decepción ni resaca emocional.
¿Cómo podemos entrenarnos para tener esta actitud? Debemos fortalecernos, tener el deseo genuino de dar y no permitir que nada nos afecte. El filtro innato para cualquier acción en la que mi objetivo es: «¿Qué obtengo de esto?», debe desactivarse por completo. Pues esta generosidad pura no reside en nuestra naturaleza, simplemente no la tenemos a nuestro alcance. Por eso, debemos entrenar rigurosamente este modo de dar, como si fuera un músculo que deseamos desarrollar.
Además, debemos comprender que, si elegimos a quién ayudar, porque es más agradable, más bello, amable o cercano a nosotros, eso ya es la recompensa. Si nos sentimos bien al ayudar a alguien atractivo o importante, ya recibimos el pago. El altruismo genuino no discrimina. No importa si la persona es agradable o desagradable. Si nos importa, si escogemos quién es, estamos alimentando el ego.
De hecho, esa generosidad es imposible. Si bien, al mismo tiempo, es la generosidad verdadera. En la sabiduría de la Cabalá, esa es la generosidad que buscamos y cada estudiante que progresa en el método, se enfrenta, cada vez más, a ese cálculo interno.
No obstante, poco a poco, la vida misma nos permitirá comprenderlo. Nos mostrará quiénes somos. Llegaremos a ver la bajeza de nuestra naturaleza, nuestra incapacidad para superarnos, incluso cuando lo deseamos desesperadamente. En ese momento, la petición de ayuda genuina, surgirá como un grito que brota de nuestro interior, pidiendo salir de la naturaleza que nos esclaviza.
Pediremos fuerza. Será una petición genuina de fuerza, no de mayor poder egoísta, sino de comprensión, sabiduría y capacidad para actuar fuera de nosotros, para, genuinamente, poder dar a los demás y a la naturaleza, sin esperar ganar algo que sirva a nuestro ego miserable.
Por eso, cuando los cabalistas hablan en términos aparentemente simples, cuando dicen frases como «debemos aprender a hacer el bien» o incluso simplemente, pensar con bondad en los demás», en realidad señalan la forma pura y genuina de dar, que debemos aprender en su máxima profundidad. Entenderlo es un proceso que se desarrolla paso a paso, todos lo lograremos. La humanidad está evolucionando hacia ese punto preciso. Con la sabiduría de la Cabalá, logramos alcanzarlo más pronto que tarde y lo haremos con placer y con conciencia creciente, en lugar de ser empujados por los múltiples golpes que surgen de nuestro enfoque egoísta incompleto.


