
Antes, la gente tenía que cazar para comer, cultivaba verduras y fruta, construía casas, cosía ropa y más. Todos hacían de todo. Más tarde, comprendimos que era mejor comerciar. Cada uno se especializaba en ciertos campos y complementaba las deficiencias de otros. Hoy, el ego llegó al cielo en sus proporciones y queremos engullir todo, explotar a los demás para deleite propio y por cualquier medio. ¿Qué pasará mañana? ¿podemos analizar las tendencias y anticiparnos a los golpes?
Vimos que la crisis económica de 2008 propició que la gente saliera a la calle, en todo el mundo. Exigía justicia, igualdad y equilibrio social. No es nuevo, por supuesto. En nuestro subconsciente, siempre hemos sabido que el equilibrio y la reciprocidad son positivos, pero el ego estrecho nos impulsa a apropiarnos de todo, es decir, a tratar las conexiones con otros, como oportunidad de control, a construir nuestro éxito sobre la ruina ajena y a veces, incluso a disfrutar del sufrimiento ajeno. Sea o no agradable aceptarlo, la naturaleza humana nos lleva a compararnos con los demás y a desear que fracasen para sentirnos valiosos.
Por un lado, el ego es el motor de crecimiento. Sin él, no habríamos salido de la cueva ni habríamos desarrollado vida social ni ciencia ni cultura. Gracias al ego, tenemos competencia, que refina nuestros logros y capacidades. Por otro lado, hay un punto de inflexión que, cuando se supera, el poder del ego se vuelve increíblemente destructivo.
La principal tarea de nuestra generación es aclarar la frontera entre el ego bueno y el malo. Mientras más precisos seamos al hacerlo, más evitaremos sufrimiento, crisis, guerras y desastres.
La naturaleza que nos rodea se desarrolla como un sistema integral. Cada elemento tiene impulsos propios, aparentemente egoístas, pero la naturaleza los organiza en un tapiz único, basado en conexión entre opuestos, complementariedad y reciprocidad. También el cuerpo funciona así. Si una célula pierde el sentido del sistema y comienza a absorber incesantemente de su entorno, es un cáncer, la enfermedad que simboliza, más que cualquier otra, la raíz de todos los problemas de la sociedad moderna.
¿Cómo debería lucir el equilibrio social? ¿qué significa mantener recepción y otorgamiento equilibrados en el nivel humano? Estas son grandes preguntas.
El siglo XX presentó dos extremos, dos enfoques socioeconómicos opuestos, que resultaron en desequilibrio: el enfoque ruso, que, por la fuerza, suprimió el ego privado y terminó en colapso y, el enfoque estadounidense que permitía que el ego se descontrolara sin límites, también, año tras año, se derrumba ante nuestros ojos.
El enfoque integral, cuyas ideas se presentan aquí, habla del equilibrio entre el ego privado y el bien común. Ofrece un método para avanzar a la siguiente etapa evolutiva, una de mayor interdependencia e interconexión y pone énfasis en que podemos satisfacer la demanda de igualdad y justicia social, lograr que lo individual y lo colectivo tengan la misma importancia. En esa realidad, el equilibrio entre todos se definirá como un objetivo primordial, como el resultado al que aspirar en todos los ámbitos: económico, social y personal.
De hecho, es una gran revolución en la percepción. Requiere cambio en la naturaleza humana y en la percepción de la conexión entre el individuo y la sociedad. Podremos lograr esta modernización si decidimos embarcarnos juntos en un proceso educativo y cultural profundo, que abarque a la sociedad humana, su objetivo será construir el sentimiento y la comprensión de que el bien del individuo y el bien del colectivo, realmente son uno.
Hasta ahora, no hemos logrado ese equilibrio, porque no hemos reconocido que el ego se intensifica y nos está destruyendo. Hoy, una tras otra, las relaciones se desmoronan. Las conexiones entre personas, sectores y naciones se están volviendo terribles y atroces. Vivimos dentro de una gran burbuja de ego, que en cualquier momento puede estallar y nos destrozará a todos.
Este problema puede sentirse particularmente aquí, donde vivo, en Israel. Afuera, estamos rodeados de odio. Adentro, estamos divididos y en conflicto. Cada uno busca su beneficio tanto como puede, sin consideración alguna por los demás. Este enfoque egoísta es totalmente contrario a las raíces de nuestra nación.
Originalmente, nos convertimos en nación con base en la idea de que «todo Israel es amigo», es decir, que somos garantes unos de otros y que la unidad debe superar todas nuestras diferencias. Para nuestros antepasados, «Ama a tu prójimo como a ti mismo» era la máxima, el código para una conexión óptima. Después, observamos un salto en el ego humano y la nación se fragmentó. Tras 2,000 años de vagar entre las naciones, hoy necesitamos comenzar a moldear nuestra nación de forma integral, es decir, de modo que demuestre el código de la nueva vida. Esto resolverá nuestros problemas y también generará compasión y apoyo de todas las naciones, incluyendo a quienes más nos odian.
Mientras más busquemos hacerlo, más descubriremos en la sociedad el poder interior de: unidad, conexión, garantía mutua y reciprocidad. Será un poder tremendo que nunca hemos sentido. El poder de un cuerpo sano reside en que sus células y órganos están plenamente conectados, sincronizados y equilibrados. Así, en lugar de sentirnos cansados, agotados y enfermos, nos sentiremos jóvenes llenos de fuerza, deseo y capacidad. Todo está abierto ante nosotros y podemos avanzar viento en popa. Además, el equilibrio que logremos generar traerá consigo un equilibrio general en el sistema más amplio de la naturaleza, el mismo sistema en el que actualmente introducimos diversas perturbaciones.
Concluiré esta idea con palabras escritas en 1940, con la esperanza de que finalmente comencemos a interiorizarlas:
“Que cada individuo comprenda que el beneficio propio y el beneficio colectivo son uno y el mismo, así, el mundo alcanzará corrección plena”. Cabalista Yehuda Ashlag (Baal HaSulam), Paz en el mundo.



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