En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, sucedió un evento asombroso. En un período en el que, cerca de la ciudad belga de Ypres, medio millón de personas fueron asesinadas, el 24 de diciembre, antes de Navidad, de repente los soldados alemanes comenzaron a decorar las trincheras con guirnaldas y luces. Más tarde, se trasladaron a territorio neutral. También los franceses y los británicos fueron a ese territorio neutral, desde las trincheras enemigas y hubo una concentración de unas 10,000 personas. Se habían estado matando, pero ese día se juntaron y se conectaron: intercambiaron souvenirs, cantaron canciones, intercambiaron botones, tabaco, vino y dulces y jugaron fútbol con latas. En 2014, se construyó un monumento al fútbol para conmemorar el evento.
Fue un espectáculo increíble. Habían luchado hasta la muerte y se odiaban, pero de repente, comenzaron a unirse. Naturalmente, los generales se alarmaron. Bajo amenaza de muerte, los soldados fueron obligados a regresar a las trincheras y la guerra siguió. Duró cuatro años y 20 millones de personas murieron.
La pregunta clave que surge de este ejemplo es, ¿hubiera sido posible detener la guerra desde el nivel de los soldados? Vemos que los soldados podrían terminar la guerra si quisieran, pero dado que siguen las órdenes de sus generales, sería necesario que los generales también desearan detener la guerra y también lo hiciera cada nivel superior sucesivo y, parece imposible.
Pero el ejemplo está grabado en la historia: Gente que se mataba entre sí. a sangre fría, a bayonetazos, luchas cuerpo a cuerpo, donde todos se enfrentaron a tanta sangre y no sólo a tiros lejanos de fusiles y misiles. Literalmente se enfrentaban a sus enemigos y sentían odio, pero, en un momento, todo cambió a un estado de unidad. Eso muestra que incluso el odio más fuerte, puede revertirse en un momento. Una pelea podría seguir durante mucho tiempo y luego, de pronto, puf, el odio se disipa. La razón detrás del odio, desapareció.
No es milagro. Es sólo el desarrollo del programa de nuestros deseos. De nada sirve el odio ni el amor. Podemos ver ejemplos similares en parejas que alguna vez, aparentemente, estuvieron enamoradas y de repente, dejan de amarse. El amor que los mantuvo unidos desaparece. Es común escuchar a divorciados decir de sus parejas: «¿Por qué le amé?»
Que nuestras emociones puedan cambiar repentinamente, nos muestra que cualquier unidad que establezcamos debe basarse, no en nuestros sentimientos, sino en una idea. Es decir, si difundimos la idea de la necesidad de unirnos para lograr fusión total, como el estado más deseable que podamos lograr, tendríamos una base sólida para unirnos.
El fundamento de esa idea está en la raíz superior, que la humanidad originalmente fue creada como una sola conciencia unida, que pasó por un proceso de fragmentación y dispersión hasta que llegamos a una realidad en la que nos percibimos separados unos de otros. Mientras estamos en este estado de separación, sentimos cierto desarrollo, hasta llegar de nuevo a un punto en el que comenzamos a despertar a nuestro estado de unidad. Es decir, en cierto punto, sentimos que somos opuestos a nuestro estado más deseable, que con nuestra división ya sufrimos suficiente y desarrollamos un nuevo deseo de sentir un gran cambio, de regreso a la unidad total.
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