
Los intentos científicos por definir la felicidad suelen basarse en indicadores externos como ingresos promedio, desempleo, libertad económica y un mercado laboral abierto. Sin embargo, a pesar de estas condiciones aparentemente favorables, la verdadera felicidad sigue siendo difícil de alcanzar. Ni siquiera las generosas prestaciones sociales ni la reducción de la desigualdad garantizan la sensación de bienestar. Por ejemplo, Noruega, a pesar de su alto nivel de vida, tiene una de las tasas de suicidio más altas.
Los científicos intentan medir la felicidad con esperanza de vida, educación, PIB per cápita y poder adquisitivo; sin embargo, la gente aún no se siente verdaderamente feliz. Esto se debe a que la felicidad no es un estado material, es espiritual.
La felicidad es conexión con la eternidad y la perfección, el propósito mismo de la vida que podemos graduar continuamente. Sin embargo, si damos un paso hacia este propósito final, de nuevo nos alejamos de él, eso genera un proceso continuo de deseo. La búsqueda tiene sus dolores y luchas, pero no son dolores vacíos. Son, el dulce sufrimiento del amor, es decir, el sentimiento simultáneo de anhelo y plenitud que juntos dan la sensación de felicidad.
Por ejemplo, dos personas pueden extrañarse por muchos años, sufren la separación, sueñan con acercarse, con su unidad. Cuando finalmente se encuentran, el sufrimiento pasado se fusiona con el momento presente de cercanía y crea una sensación poderosa de felicidad. Mientras más crecen y se sostienen mutuamente estas dos fuerzas opuestas de anhelo y plenitud, más fuerte se vuelve la sensación de felicidad. No puede haber felicidad sin sufrimiento y el sufrimiento, inevitablemente conduce a la felicidad. Por eso se le llama «sufrimiento del amor», pues el amor no puede existir sin la experiencia previa de anhelo, carencia y deseo. Estos deseos surgen precisamente en la búsqueda, en el camino hacia el amor, forman un vehículo para la sensación de felicidad. Sin embargo, en cuanto logramos sentir felicidad, comienza a desvanecerse.
Por eso, la felicidad debe renovarse continuamente. Incluso si físicamente estamos con un ser querido, constantemente debemos cultivar nuevos deseos y aspiraciones hacia él. Al hacerlo, creamos ilusión de distancia, reavivamos, una y otra vez, el anhelo y la alegría de la cercanía.
La felicidad existe en equilibrio, en la línea media, entre dos fuerzas. Por un lado, está la revelación continua del esfuerzo, el anhelo y el vacío; por el otro, la conexión, el amor y la plenitud. La línea media une estas fuerzas, asegurando que el deseo y la plenitud crezcan juntos. Esto nos permite sentir eternidad y perfección, oscilamos entre extremos, pero existimos en ambos simultáneamente.
Aunque, esta comprensión no puede transmitirse con explicaciones externas. Requiere desarrollo interior, refinar la percepción que aún no poseemos. Este es precisamente el propósito de la sabiduría de la Cábala, es decir, la sabiduría de «recibir» (Cábala en hebreo significa «recibir»). Nos enseña a construir un recipiente en el que podamos sentir felicidad genuina y duradera.


