
Para nada. En la naturaleza no hay igualdad, ni puede haberla. Si todo fuera igual, la existencia misma sería imposible.
La naturaleza prospera gracias a la diversidad, es decir, diferentes especies, diferentes roles y un sistema en el que todo se complementa y equilibra. Incluso dentro de un mismo organismo, hay innumerables diferencias. El cuerpo se basa en la desigualdad: algunas células funcionan como neuronas, otras como células musculares, algunas transportan oxígeno y otras digieren alimentos. Cada una desempeña su función y juntas, forman un todo funcional.
Si la naturaleza hubiera creado todo igual, no habría desarrollo ni evolución ni movimiento. Las diferencias generan interacción, intercambio y plenitud. La clave no es eliminar las diferencias, sino usarlas correctamente.
En el ámbito de la sociedad humana, la igualdad ha sido y sigue siendo uno de los conceptos más debatidos y controvertidos. La gente exige igualdad en todos los aspectos de la vida: en legislación, recursos, educación y oportunidades. Igualdad, sigue siendo un tema central en política, economía y estructuras sociales. Pero si no hay igualdad en la naturaleza, ¿a qué igualdad podríamos aspirar, si es que hay alguna?
En primer lugar, si la naturaleza nos hizo diferentes, deberíamos comprender que, intentar imponer igualdad artificial, haciendo que todos seamos idénticos, va en contra de la naturaleza misma. En lugar de eliminar las diferencias, sería más sabio potenciarlas y usarlas en beneficio de todos. Por eso, igualdad en la sociedad humana, no es que todos sean iguales, sino garantizar que cada uno aporte su máxima contribución a la sociedad, con base en sus cualidades únicas.
La persona más fuerte, inteligente o capaz en ciertas áreas, debería usar esas fortalezas en beneficio de todos. Cada uno, con sus cualidades diferentes, contribuye a su manera. Esta es la única forma real de lograr igualdad y equilibrio en la sociedad humana.


