
Los diamantes y el oro tienen valor sólo porque se acordó considerarlos valiosos. Dan confianza y sensación de poseer un tesoro, pero es sólo en nuestra percepción, no en la realidad.
Imagina un lugar como Leningrado, asediado durante la guerra. Un trozo de pan se convirtió en el mayor tesoro. Ese es el verdadero valor, algo ligado a la vida misma. En cambio, nuestras baratijas brillantes, sólo sirven para inflar artificialmente el sentido de la vida. Con el tiempo, perderán todo significado.
Confío en que alcanzaremos un estado en el que surgirán portadores de valor completamente diferentes. El auténtico tesoro eterno no es oro ni diamantes, no es nada material. El verdadero tesoro es la intención de dar a los demás y a la naturaleza y lo podemos alcanzar por encima de nuestro deseo innato de recibir sólo en beneficio personal.
La intención de dar pertenece a quien la alcanza para siempre. No se puede robar ni vender ni transferir. Sólo esa intención da sentido a la vida. Y lo más importante, abre la puerta a la vida eterna y perfecta que existe más allá de nuestra breve vida corpórea.
Cuando la humanidad comience a elevarse espiritualmente y a descubrir la realidad eterna y perfecta, más allá de la existencia física, los objetos de riqueza material, instantáneamente perderán su valor y una nueva «moneda espiritual» los reemplazará.
¿Qué es moneda espiritual? La palabra hebrea para «dinero», Kesef, viene de la palabra para «cobertura», Kisuf. Así como el dinero y la riqueza en la vida material cubren nuestros deseos con la capacidad de satisfacerlos, en la vida espiritual, el deseo de disfrutar adquieren la cobertura de la intención de otorgar, que en Cabalá es llamada «pantalla y luz reflejada» (Masaj y Or Jozer). Con esa intención de dar, logramos la capacidad de cubrir y guiar nuestro deseo hacia logros espirituales cada vez más elevados.
Todos, individualmente, tienen esta moneda espiritual que cubre sus deseos con la intención de otorgar y la miden según su propia aplicación y logro. No podemos intercambiarla ni comprarla ni venderla, pero podemos cultivarla en una conexión cada vez mayor con la fuente de la fuerza de amor, otorgamiento y conexión que reside en la naturaleza superior, a la que Cabalá llama «Creador».
A medida que nos conectarnos con los demás, penetramos en ellos, les damos satisfacción espiritual y nos volvemos ricos. La verdadera riqueza es: conexión y amor a los demás.
El tesoro espiritual reside en nuestro interior. Es eterno, perfecto y nunca desaparecerá. Lo adquirimos y lo hacemos nuestro, gracias a los vínculos que creamos.
Así, «diamantes y oro» será la cualidad con la que daremos satisfacción a los demás, en Cabalá se llama «luces de Nefesh, Ruaj, Neshamá Jayá y Yejidá”. No es satisfacción propia, vivimos sólo para dar y convertirnos en vasija para satisfacer a los demás. Y es la experiencia más grande y fascinante.
En este mundo, diamantes, oro y riqueza material en general, son símbolos de poder. Representan poder sobre los demás. Pero si estamos solos en el desierto, ni diamantes ni oro ni riqueza material nos salvarán. El poder sobre los demás es la riqueza en el mundo físico, en el mundo espiritual, la riqueza es el poder sobre nosotros mismos, sobre nuestros deseos egoístas. Seremos espiritualmente ricos cuando superemos nuestra naturaleza egoísta y usemos esa fuerza para conectarnos con los demás y con la naturaleza. Y descubrimos una riqueza eterna y perfecta.


