Necesidad de salir: mi historia personal

Recuerdo cómo me veían todos, hace cincuenta años en Bielorrusia, cuando decía que tenía que ir a Israel, que no tenía otra opción y que lo único que quería en la vida era estar en Israel. Todos me decían, «¡No te vayas!» «¿Qué harás ahí?» «¡Podrían meterte en la cárcel!» y muchas otras advertencias. Pero no pude escuchar; sabía que tenía que venir, que ese era mi camino.

Después de presentar mi solicitud a las autoridades soviéticas para emigrar a Israel, por varios años me convertí en Refusenik. Refusenik, era gente que solicitaba permiso de emigración de la antigua Unión Soviética a Israel, pero las autoridades rechazaban su solicitud. Eventualmente, recibí el permiso e hice Aliyah («ascenso», término que designa la emigración a Israel).

Pero cuando llegué a Israel, la historia se repitió. Empecé a preguntar, a buscar a alguien que me explicara por qué vivimos, cuál es el propósito de la vida. Una vez más, la gente me veía con incomodidad. Me preguntaba: «¿Por qué? ¿Qué necesitas?». Necesitaba respuestas a las preguntas sobre el universo y la vida y sabía que aquí, en Israel, podía encontrarlas.‎

Así, desde lo alto, fui conducido a la tierra de Israel, donde, después de una larga búsqueda, una noche lluviosa de invierno, fui conducido a mi sabio y bondadoso maestro, Rabash. Me abrió los libros de Cabalá y me mostró el significado interno de las enseñanzas de Israel. Respondió una por una de mis preguntas, con lógica científica y en perfecto orden, preguntas que tenía desde niño.‎

Igual que el padre de Rabash, el gran cabalista Baal HaSulam, mi maestro vivió y enseñó dentro de la comunidad ortodoxa judía. Mi vocación era ser la piedra angular para llevar la sabiduría de la Cabalá al público en general, a la gente secular. Cuando comencé a enseñar, la gente no lo necesitaba. Preguntaba: «¿Es filosofía?, ¿es algún tipo de psicología?, ¿para qué lo necesito?, ¿es religión?, ¿tengo que orar tres veces al día?» Muy gradualmente, aprendí a explicar la sabiduría y la gente comenzó a entender de qué se trata realmente.

En parte, mis propios esfuerzos contribuyeron a este proceso. Literalmente, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que los israelíes supieran el tesoro que tienen. Con el tiempo, la naturaleza siguió su curso y comenzó a surgir en algunos, el impulso interior por conocer la sabiduría, el anhelo por comprender de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Hoy nos acercamos al mismo estado que sentí en Rusia y en Israel, un estado que llegaba sólo a unos pocos. Pero se convertirá en un torrente que nos empujará a la unidad, porque si antes nos conformábamos con un apartamento que comprábamos con mucho esfuerzo, un buen salario, una pensión garantizada e incluso algún viaje al extranjero, estas satisfacciones dejarán de serlo, ya no nos motivarán a levantarnos por la mañana. Sentiremos que no podemos seguir viviendo así; lo material ya no nos dará satisfacción.

La decadencia de la situación en Israel se sumará a la pesadez y sentiremos que nos asfixiamos, que estamos acorralados y que no tenemos adónde huir, que debemos salir de la mazmorra oscura y estrecha, salir a la luz del día, ¡a un lugar donde haya espíritu!

Este lugar angosto es nuestra vida, nos sentimos solos y siempre estamos en busca de placeres corpóreos fugaces. Sólo sentimos el espíritu de la vida cuando salimos de la estrechez para sentir de los demás, cuando incluimos a nuestros hermanos en nosotros, los cuidamos y nos unimos a ellos como uno solo.‎

Este deber está oculto en las enseñanzas de Israel, en la sabiduría de la Cabalá. Es el método para salir de nuestras fronteras, hacia el corazón de nuestros amigos y desde allí incluir al mundo, a toda la gente, incluso a animales, plantas y minerales. La Cabalá es la enseñanza que nos lleva a la conexión con la fuerza superior que creó y sustenta todo e incluye todo y a todos dentro de ella.