Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Por qué los cabalistas celebran el 70 aniversario de Israel

“De las tinieblas salió luz, y del ocultamiento salió y se reveló lo profundo. Lo uno salió de lo otro. Del bien salió el mal y de la misericordia salió la rigurosidad. Todo está incluido lo uno en lo otro: la inclinación al bien y la inclinación al mal, la derecha y la izquierda, Israel y el resto de las naciones, el blanco y el negro. Todo depende el uno del otro”.

-El Zóhar, Kedoshim, 7-8.

A la celebración de los 70 años de independencia de Israel, los cabalistas añaden un motivo adicional para celebrar: tras 2.000 años de exilio espiritual, en el Estado de Israel comienza a tomar forma un gran resurgimiento espiritual.

Oscuridad y luz, descensos y ascensos, exilio y gloria, todo ello es característico tanto del antiguo como del moderno pueblo de Israel. Hemos disfrutado de esplendorosos estados de unidad y amor fraternal en la época del Primer y Segundo Templo. Hemos padecido estados de amarga derrota en los que el odio infundado quebrantó nuestra unidad permitiendo que el Imperio Romano se aprovechara de nuestra desunión causando la destrucción del Templo.

En el exilio, aunque estábamos separados y dispersos por el mundo entero, hallamos la forma de prosperar y traer desarrollo a los países en los que nos establecimos, dejando nuestra huella en la educación, la economía, la ciencia, la tecnología, el derecho así como en la sociedad. Pero aun con todo ello, en el subconsciente de la humanidad existe una expectativa para que el pueblo de Israel traiga un tipo de prosperidad y crecimiento completamente diferente a la vertiente materialista que hemos proporcionado hasta ahora, y por eso hemos vivido atormentados con el persistente fenómeno del antisemitismo: desde la difamación y los libelos de sangre hasta los devastadores pogromos y el Holocausto.

Tras el horror absoluto que millones de nuestros antepasados ​​sufrieron con el Holocausto, el mundo se apiadó de nosotros apoyando la creación de nuestro nuevo hogar nacional: el Estado de Israel. Sin embargo, ni un solo día después de disfrutar nuestra independencia, ya estábamos inmersos de nuevo en una guerra para conservar lo que nos habían concedido.

Han pasado 70 años. Las guerras y la inestabilidad con cada nación colindante nos han impulsado a desarrollar un ejército bien equipado y la que ha sido calificada como la fuerza aérea más potente del mundo. La lucha por construir infraestructuras y desarrollar las exportaciones en una tierra que proporciona pocos recursos naturales ha catalizado nuestra transformación en una de las naciones tecnológicamente más avanzadas.

Ahora lo único que resta por hacer es reavivar el cada vez más escaso amor nacional, reactivar como nación nuestra esencia –inactiva durante 2.000 años­­­– y que despertemos a la unidad para alumbrar la luz que la humanidad instintivamente espera de nosotros.

Por lo tanto, estoy muy feliz de que en los 70 años de independencia de Israel se nos haya dado una oportunidad de oro para portar con orgullo la sabiduría de la verdad y difundirla. Después de 2.000 años de altibajos, luz y oscuridad, gloria y exilio, se ha alzado el velo que cubría la sabiduría de Israel –la sabiduría de la Cabalá– y ya hemos madurado como para comenzar a utilizarla y llevar a cabo nuestro verdadero papel en el mundo: implementar “amar a tu prójimo como a ti mismo” y “cada persona ayudará a su amigo” para convertirnos en “luz para las naciones”.

Al igual que sucede con la maduración de una fruta, nuestra cubierta externa se ha endurecido, pero la dulce parte de dentro permanece escondida en el interior. Ha llegado el momento de aprender a pelar esa piel y que la parte dulce e interna de Israel quede expuesta al mundo.

Cada año, pasar desde Yom HaZikaron –día en que rendimos homenaje a los soldados caídos y víctimas del terrorismo en Israel– al Día de la Independencia celebrando el establecimiento del Estado de Israel, es un símbolo de que solamente podemos experimentar una elevación después de una caída previa. El pueblo de Israel experimenta la oscuridad y la luz la una al lado de la otra. Y de esos estados combinados obtenemos lucidez. Nuestro recuerdo y nuestra independencia son como uno: por la mañana lloramos y por la noche nos regocijamos. “Y hubo tarde y hubo mañana: un día” (Génesis 1:5).

 

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