Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Nos dieron la Torá. Pero ¿la hemos recibido?

Este sábado por la noche será la noche de Shavuot, la fiesta de las semanas. Para los que observan entre nosotros, el punto culminante será el estudio de la Torá durante toda la noche o, en mi caso, el estudio de la Cabalá. Al día siguiente disfrutaremos de Blintzes y el pastel de queso, y ese será básicamente el colofón de la festividad.

Pero ¿Shavuot consiste solo en eso? Es estupendo saber cómo hacer los mejores Blintzes, pero si pensamos que ese es el culmen de las celebraciones en esta festividad, entonces estamos arrinconando el verdadero significado de la entrega de la Torá y cómo puede ayudarnos aquí y ahora.

 

La Torá: la ley de la unidad

La Torá fue entregada a los pies del Monte Sinaí, que proviene de la palabra Sinaa [odio]. No obstante, únicamente nos fue entregada después de que nuestros antepasados superaran el odio, se unieran y se encontraran a los pies de la montaña “como un solo hombre con un solo corazón”. Ese evento supuso el nacimiento de nuestra nación.

Desde entonces, nos dicen nuestros sabios, estamos obligados a recibir la Torá cada día empleando exactamente el mismo método para trascender nuestro ego. El rey Salomón expresó este principio sucintamente y con precisión cuando escribió (Proverbios 10:12): “El odio despierta rencillas, pero el amor cubre todas las transgresiones”.

Hay una buena razón, en virtud de la cual, la unidad –específicamente por encima de los conflictos– es la clave para nuestra identidad como pueblo. Todos hemos nacido egoístas; egoístas hasta la médula. Y por si se nos olvida, la Torá nos recuerda que “el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud” (Génesis 8:21). En efecto, lo único que es malo es el corazón del hombre. El resto de la naturaleza sigue su curso sin problemas, de forma pacífica, en una armonía equilibrada.

Abraham fue el único a lo largo de toda la historia que encontró la forma de equilibrar nuestro egoísmo con bondad y misericordia. Sus descendientes convirtieron su legado en un método adaptado para las masas; y todos aquellos que llegaron a ponerlo en práctica se convirtieron en “el pueblo de Israel”. Mientras el resto del mundo permanecía funcionando bajo “la ley del más fuerte”, los antiguos hebreos construyeron una sociedad justa, moral, misericordiosa, donde cada miembro prosperaba gracias a su contribución al bien común. La Torá que recibieron a los pies del Monte Sinaa fue la fuerza para vencer al ego a través de la unidad y construir así una sociedad equilibrada donde la inclinación al mal no prevaleciera.

 

De altruistas a narcisistas

Hasta el día de hoy, esa antigua sociedad hebrea ha servido como un modelo a seguir de justicia y humanismo. Incluso un fervoroso antisemita como Henry Ford hizo hincapié en esto cuando quiso denunciar la conducta de judíos contemporáneos. En su infame escrito “El judío internacional: el primer problema del mundo”, compartió algunas observaciones realmente sorprendentes acerca de los judíos. En una de ellas, Ford afirma: “los modernos reformadores, que diseñan modélicos sistemas sociales sobre papel, harían bien en mirar el sistema social con el que se organizaron los antiguos judíos”.

Pero en el momento en que nos entregamos al odio infundado, también entregamos la tierra de Israel a las naciones que exaltaban los valores que ahora hemos adoptado. Poco a poco, el verdadero significado de la Torá fue cayendo en el olvido y se convirtió en lo que la mayoría de nosotros hoy consideramos que es: un libro y una lista de cosas que se pueden y no se pueden hacer. La Pnimiut HaTorá [la interioridad de la Torá] y su fuerza para elevarnos por encima del odio, unirnos y de ese modo crear una sociedad sólida, sencillamente ha desaparecido de nuestro pueblo. Estamos enfrascados en el hedonismo, el narcisismo y, lo peor de todo, en la separación entre unos y otros. Puede que nos dieran la Torá, pero hemos olvidado cómo recibirla ¡y para qué sirve!

 

Sin luz para las naciones

Las naciones que se apoderaron de nuestra tierra también se apoderaron de nuestros corazones. En lugar de aspirar a ser “una luz para las naciones”, un rayo de esperanza contra el egoísmo, adoptamos los valores romanos y permitimos que nos dominaran el egocentrismo y el individualismo. Creímos que a través de la democracia y el liberalismo podríamos contener el ego humano. Pero nuestras sociedades, cada vez más injustas y desiguales, nos hacen ver la necesidad de un remedio mucho más potente que un nuevo presidente o primer ministro.

El mundo nos culpa de sus problemas pero no porque estemos haciendo algo mal intencionadamente. Nos echa la culpa porque no estamos haciendo lo que se supone que debemos hacer: recuperar el método de unirnos por encima del egoísmo.

Es cierto que por cada dos judíos hay tres opiniones, pero también es cierto que la diversidad no debilita sino que fortalece siempre y cuando cada uno aporte su punto de vista personal en pro del bien común. Tanto valoraban nuestros antepasados la unidad que la convirtieron en el principio esencial del judaísmo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” se convirtió en la ley de nuestro pueblo que todo lo abarca. Y siempre que fuimos capaces de cumplirla –incluso mínimamente– pudimos mantener nuestra condición de nación. Pero en cuanto nos dejamos influir por el helenismo, nos convertimos en helenistas.

Y como tales, el mundo no nos necesita. Solo nos necesita en la medida que entendamos lo que realmente significa recibir la Torá y que actuemos en consecuencia. Solamente si tomamos nuestras desavenencias egoístas y nos elevamos por encima de ellas, no suprimiéndolas, sino que subimos por encima de nuestras diferencias usándolas a modo de palanca para lograr una unidad aún más fuerte, solo entonces mereceremos el título de “pueblo de Israel” y el mundo entenderá por qué estamos aquí.

Hasta que no hagamos esto, el mundo nos seguirá culpando de todas las guerras y conflictos, porque, sin un método de conexión, el resultado inevitable es la guerra. Cuando Imad Hamato, profesor de estudios coránicos, afirma que “Incluso cuando los peces pelean en el mar, los judíos están detrás de ello”, es algo más que mera propaganda. Cuando un Mel Gibson ebrio espeta a un oficial de policía: “Los judíos son responsables de todas las guerras en el mundo”, lo decía con toda sinceridad. No deberíamos permitirnos caer en la conclusión de que los antisemitas son personas sin educación. Algunas de las personas más instruidas de la historia fueron, al mismo tiempo, fervientes antisemitas que opinaban que somos responsables de todo lo que va mal en el mundo.

 

La recepción de la Torá

Para celebrar realmente la fiesta de Shavuot no solo debemos celebrar la entrega de la Torá. Debemos interiorizar su más profundo mensaje de unidad y elevarnos por encima de nuestras diferencias. Solo entonces nuestra Torá será como su nombre indica: luz; la luz de la unidad.

A todo el mundo le hace falta unidad. Pero únicamente nosotros, si así lo decidimos, podemos impulsarla con el fin de transmitirla. Los productos lácteos que consumimos en Shavuot simbolizan la misericordia. Si cultivamos esta cualidad entre nosotros y recuperamos nuestro principio de amar al prójimo como a nosotros mismos y lo compartimos con el mundo, obtendremos el favor de las naciones: nuestro trabajo les será beneficioso.

Pensemos en estos mensajes al reunirnos en esta fiesta de Shavuot, y ojalá celebremos la próxima Shavuot como una nación unida.

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