Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Fatiga pandémica: ¿síntoma del virus o prueba de insensatez?

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Mientras más tiempo pasa sin una vacuna o cura segura a la vista, más impaciente está la gente. Rechaza las órdenes de confinamiento y toque de queda, se aglomera imprudentemente como si no hubiera virus, protesta sin mantener la distancia social ni usar mascarillas y llena restaurantes, bares y otros lugares de recreación.

Pero el virus no cambia. Si la gente se comporta de forma imprudente, el contagio aumenta. Y de hecho, donde los países y las ciudades relajan el cierre, la infección aumenta. A medida que aumenta la tensión al comprender que, a la vista, no hay fin para el virus y que es difícil permanecer en un encierro permanente, la gente está en el punto de quiebre por la desesperanza y la impotencia. En ese punto, el orden social se derrumbará y el caos se apoderará de las calles.

Sin una cura médica a la vista, lo único que tenemos es a nosotros mismos. Es la única cura que no hemos probado. No es que debamos desobedecer las órdenes de mantenernos a dos metros de distancia. Al contrario, debemos ser muy estrictos con las normas sanitarias, pero también debemos recordar que eso no mata al virus. Si nos mantenemos separados, las infecciones disminuirán; si reanudamos nuestras conexiones, las infecciones aumentarán. Es lo que sucede ahora y la gente no podrá seguir con este modo de entrada y salida por mucho más tiempo. De hecho, ya no puede.

Pero lo que este patrón nos muestra es que el problema está en nuestras conexiones. Estar separados para siempre, no es la solución, así que tenemos que encontrar una forma de conectarnos de manera que no se reanuden las infecciones. Para hacerlo, debemos cambiar nuestro pensamiento. En lugar de pensar, «¿Cómo protegerme de contraer el virus?», deberíamos pensar, «¿Cómo puedo evitar pasar el virus a los demás?».

Cambiar el centro de nuestra atención de «yo» a «nosotros» lo cambia todo: nuestro comportamiento, nuestra precaución con nosotros mismos y con los demás, nuestra actitud hacia los demás e incluso nuestros sentimientos hacia los demás. No hay nada que no podamos hacer hoy que hayamos hecho antes; lo único que nos impide hacerlo es nuestra actitud hacia los demás. Si la cambiamos de negativa a positiva, garantizaremos la salud de todos los que nos rodean y ellos garantizarán nuestra propia salud, así no habrá nada que no podamos hacer. El resultado final es este: pensar en los demás, es saludable

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