Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

El show de la guerra de las vacunas demuestra que aún no aprendemos nada

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Un residente de Detroit se vuelve a bajar la manga después de recibir la segunda dosis de la vacuna contra la enfermedad de coronavirus (COVID-19) en una clínica móvil de vacunación dirigida por Central City Integrated Health en Detroit, Michigan, EUA, 21/jun/21. REUTERS / Emily Elconin

Mientras que unas naciones que tuvieron acceso a las vacunas de la Covid-19 se apresuraron a inocular a sus ciudadanos, otras vieron impotentes cómo el virus causaba estragos en su país. Mientras tanto, como dije que sucedería (revisa mis publicaciones sobre el tema que se remontan al inicio de la  pandemia), se han desarrollado nuevas cepas y los países que pensaban que ya habían visto lo peor, están volviendo o consideran volver a bloqueos y otras restricciones para reuniones.

Aunque unos países podían dar vacunas a otros países, no lo hicieron. Peor aún, algunos gobiernos podrían haber vacunado a su población, pero optaron por no hacerlo por razones políticas. Estas guerras de vacunas demuestran que aún no aprendemos nada y como resultado, tendremos que aprender otra lección y probablemente más dolorosa.

Como he escrito innumerables veces, desde el inicio de la pandemia, el virus no cejará hasta que cambiemos nuestras relaciones. Nuestra mala voluntad hacia los demás es su fuente de energía. Es lo que lo mantiene activo, mutando a medida que viaja de un país a otro y volviéndose cada vez más contagioso, de modo que las vacunas que antes daban inmunidad colectiva ya no lo hacen.

Pero en lugar de aprender, nos comportamos como niños enviados a su habitación como castigo, para pensar en lo que hicimos mal. Pero, en lugar de sacar la conclusión correcta y admitir que nos portamos mal con los demás, esperamos que se elimine el castigo para poder salir de nuevo, jugar y pelear entre nosotros como antes. Ya no se nos permitirá hacerlo. Nos veremos obligados a repensar nuestra vida, nuestros valores, nuestras relaciones y el propósito de la vida como un todo.

Quizás el mejor ejemplo de la insensatez de nuestro comportamiento es la forma en que manejamos los esfuerzos de vacunación. Primero, en lugar de hacer un esfuerzo global coordinado para desarrollar una vacuna, numerosas compañías en numerosos países lanzaron investigaciones independientes y compitieron entre sí. Claramente, la vacuna podría haberse desarrollado por una fracción del costo y costar una fracción de lo que cuesta. Y estaría disponible en todo el mundo y así, financiar un programa de vacunación mundial no sería problema.

Segundo, ahora que algunos países tienen vacunas, se las guardan para sí mismos o las venden con grandes ganancias. Resulta que mientras la humanidad lucha contra el mismo enemigo, lo hace con ejércitos que luchan entre sí, mientras luchan contra el enemigo común. Esto le da al virus tiempo para generar nuevas cepas que desafían las armas existentes y hace que los esfuerzos de la humanidad para combatirlo sean ineficaces. En resumen, no estamos perdiendo la guerra contra el virus porque sea muy letal o infeccioso; la estamos perdiendo porque nosotros estamos muy divididos.

Esta división nos costará mucho: más pérdidas de vidas, más crisis económicas y más trastornos en la vida. Mientras más pronto sepamos que Covid no es mi problema ni su problema ni el problema de ellos, sino nuestro problema, el problema de todos nosotros, antes encontraremos una manera de ponerle fin. Y cuando aprendamos a cooperar contra Covid, con suerte aprenderemos que así es como debemos operar de aquí en adelante, con respecto a todos nuestros asuntos, ya que hoy, en la aldea global, cada problema es un problema de todos.

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