Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

¿Desde cuándo la lactancia materna se ha convertido en moneda de cambio?

Es y siempre ha sido la mejor comida para bebés. No hay controversia acerca del beneficio de la leche materna, pero su politización nos deja en qué pensar. The New York Times afirmó que, de manera infructuosa, el gobierno de EUA amenazó con aplicar medidas punitivas como recortes de ayuda militar y cuotas comerciales a las naciones que respaldaran una initiciativa para promover la lactancia materna, en favor de la industria de fórmulas infantiles que genera 70 mil millones de dólares. Esta acusación fue negada vehementemente por la administración actual. Más allá de los titulares sensacionalistas, el factor clave es que se ha vuelto a poner sobre la mesa un tema tan importante como lo es la salud de madres e hijos.

La leche materna es rica en nutrientes y tiene anticuerpos para combatir virus y bacterias, protege al bebé de infecciones y alergias, aumenta el sistema inmunológico, reduce la mortalidad infantil y ayuda a una pronta recuperación de las enfermedades comunes de la infancia. Un estudio de Harvard en 2016, estimó que cada año en EUA se podrían prevenir 3,340 muertes prematuras de madres y bebés, sólo con la lactancia adecuada. También disminuye en la madre el riesgo de cáncer de mama y ovarios y osteoporosis.

Además de los beneficios físicos y de lo que muestran los experimentos de laboratorio, la lactancia materna es una de las mejores formas de conectarse con el bebé. Y además, aparte de nutrición, da comodidad y es relajante. Amamantar libera oxitocina, que es la hormona responsable del comportamiento amoroso que nos hace sentir bien respecto a una persona.

Si la lactancia se prolonga durante los dos primeros años de vida, permite el desarrollo adecuado del niño y las mamás tienen mayor sensibilidad materna más allá de los años de infancia, según un estudio de la asociación de psicología de EUA.

Más allá de estos hallazgos, también existe una conexión interna natural entre madre e hijo que permite que el desarrollo que inició en el útero sea positivo biológica e internamente. Esto pertenece a una capa interna de la naturaleza que nuestros estudios e instrumentos de investigación aún no pueden identificar.

Tomando en consideración el papel vital que juegan las madres en el desarrollo de cada persona, desde la más temprana edad, es lógico pensar que las madres que se queden en casa deban recibir todo el apoyo posible para criar a la siguiente generación.

Sin embargo, en la práctica, este no es el caso.

En el mundo de hoy, la mayor parte de la carga recae sobre la madre, de la cual se espera que dé más importancia a su carrera que a su familia. Termina haciendo malabares con todas las tareas encomendadas y se siente cada vez más agotada e insatisfecha. El llamado avance de los derechos de la mujer para elegir, en la práctica es un oxímoron. Las mujeres que deciden cumplir su rol tradicional como madres y se quedan en casa, no reciben ni reconocimiento ni valor ni apoyo económico de la sociedad, como si criar una nueva generación no fuera la empresa más importante.

Así como la ciencia no ha podido crear un útero artificial que dé vida al embrión, el papel de la madre de nutrir y educar al niño es irremplazable. No podemos pretender ser más sabios que la naturaleza. Si realmente se quisiera fortalecer y fomentar la autonomía de la mujer, la sociedad debería crear las condiciones para una maternidad agradable.

En la mayoría de las sociedades, la mujer lucha por tener una vida equilibrada, considera el trabajo como una necesidad económica y no como liberación y progreso personal. La mujer queda atrapada en un enredo cada vez más estrecho de compromisos en el trabajo y en el hogar, con muy poca restitución en ningún nivel.

Actualmente, algunos gobiernos están pensando en dar un ingreso básico incondicional, suficiente para satisfacer las necesidades primarias de la persona. De ser implementado este programa, debería beneficiar en primer lugar a la mujer, particularmente a las madres que decidan abandonar el lugar de trabajo para criar a sus hijos.

Las madres no deberían seguir siendo tratadas como ciudadanos de segunda clase. En cambio, deberían ser reconocidas como «dirigentes de la sociedad»: la fuerza dominante en la creación, las únicas que pueden dar a luz y nutrir a una nueva generación. Hay que tener en cuenta que el mundo es nuestro techo, la humanidad es nuestro hogar y las mujeres son el pilar de esta estructura. La naturaleza nos muestra el mecanismo perfecto del cuerpo humano. Y la maternidad, en particular, tiene un papel crucial en el nacimiento de una nueva humanidad.

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