Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Cuando los robots se apoderan de nuestros trabajos

¿Hay algo más denigrante que ser degradado al nivel de un robot y ser intimidado por no resultar tan eficaz como una máquina?

El 21 de diciembre el Prof. Victor Tan Chen publicó en The Atlantic un fascinante análisis sobre los desempleados en América. El profesor Tan Chen señaló acertadamente que la crisis que llevó a Donald Trump a la victoria es una crisis de sentido en la vida o, utilizando sus propias palabras, “la principal fuente de sentido en la vida americana es una competencia de méritos que hace que los que luchan se sientan inferiores”. En buena medida la victoria de Trump tiene su origen precisamente en ese sentimiento de inferioridad. No deberíamos subestimar la relevancia del proceso al que estamos asistiendo: es el comienzo de una revolución social inevitable e irreversible. Cuanto antes comprendamos esto y cuanto antes abordemos sus fuerzas motrices, más rápida y llevadera será la transición. La renuencia a hacerlo causará estragos en Estados Unidos y en el resto del mundo.

 

A veces llegan cambios

En muchos sentidos, la historia de la humanidad es una expresión de la evolución de los deseos humanos. En las cavernas, no nos diferenciábamos mucho de una manada de lobos. Pintábamos las paredes de la cueva y probablemente realizábamos rituales pero, en esencia, lo único que buscábamos era salvaguardarnos, a nosotros mismos y a nuestros clanes.

No obstante, el germen de la civilización ya estaba presente. El arte rupestre y los rituales indicaban que los seres humanos estaban destinados ser algo más que otra especie en la cadena alimentaria. No solamente nuestros deseos y aspiraciones son distintos a los de los animales, sino que han continuado evolucionando a lo largo de la historia.

Cuanto más crecían nuestros deseos, más nos vinculaban, especialmente mediante la explotación de unos hacia otros. Cuando nos hicimos sedentarios y empezamos a asentarnos en pueblos y ciudades, también creamos estructuras y clases sociales. Al principio, nos explotamos unos a otros a través de distintas formas de esclavitud. Cuando la esclavitud se volvió en algo menos rentable que la fiscalidad, la humanidad adoptó el feudalismo. Más adelante, cuando la producción a gran escala impulsó la Revolución Industrial, dio comienzo el capitalismo.

A finales del siglo XX, el capitalismo pasó a convertirse en la forma más turbia y degradante de explotación hasta la fecha: el neoliberalismo. Este tipo de explotación nos ha llevado a trabajar más horas que nuestros esclavizados ancestros al tiempo que nos intenta convencer de que somos libres, cuando en realidad estamos siendo explotados por un pequeño grupo de poderosos individuos enmascarándolo con libertad y democracia. El profesor Tan Chen detalló cómo esta élite mira por sus propios intereses “a través de los “lobbies”, las credenciales y la concesión de licencias”, mientras que niega “al común de los trabajadores la mismas oportunidades de hacerlo”.

A lo largo de los años, los deseos humanos se han desarrollado de manera tan intensa que nos hemos vuelto egoístas hasta la médula. Hoy en día, la mayoría de las personas ni siquiera pueden mantener las más elementales relaciones con sus hijos y cónyuges.

Peor aún, Tan Chen dice: “Como muchos han argumentado, los avances en la inteligencia artificial son una amenaza de pérdida neta de empleo (incluso para aquellos con titulaciones superiores) en un futuro no muy lejano”. Y concluye diciendo que sin el componente social más básico –la familia– y sin una fuente regular de ingresos, necesitamos “una revisión más amplia de esta cultura que hace que aquellos que se esfuerzan se sientan perdedores”. De hecho, como dije al comienzo de esta columna, nos encontramos inmersos en una inevitable e irreversible revolución social. Ahora debemos determinar si se llevará a cabo apaciblemente y de forma llevadera, o por el contrario dolorosamente y con violencia, como suele ocurrir con las revoluciones.

 

Infundir cordura a la humanidad

Para que la sociedad pase de su actual modus operandi –insostenible y explotador– a un modelo más equilibrado y sostenible, no necesitamos buscar más allá de nuestra propia historia: la historia del pueblo judío. Midrash Rabá, Maimónides, y muchas otras fuentes nos cuentan que Abraham el Patriarca descubrió por qué las personas se dañaban deliberadamente entre sí mientras que todos los demás elementos de la naturaleza mantienen la armonía entre sí. Abraham descubrió que la naturaleza humana está prácticamente desprovista de bondad, o como dice el libro del Génesis (8:21): “La inclinación del corazón de un hombre es malvada desde temprana edad”. Nos ha hecho falta casi 40 siglos, pero ahora sabemos que tenía razón.

Sin embargo, Abraham también descubrió el único remedio para la fuerza negativa y egoísta en nuestra sociedad. Se dio cuenta de que la naturaleza mantiene el equilibrio mediante una fuerza contraria, una fuerza positiva de amor y unidad que no se encuentra en la humanidad. Por consiguiente, Abraham perseveró para infundir esta contrafuerza a la sociedad. Por ese motivo, el rasgo que mejor describe a Abraham es la misericordia. De ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, Abraham y su esposa Sara viajaron hasta Canaán enseñando que el amor al prójimo y la bondad son el remedio a los males de la naturaleza humana.

Pero a medida que el ego humano iba desarrollándose generación tras generación, la enseñanza de Abraham resultó insuficiente. Los descendientes de Abraham tomaron las bases de sus enseñanzas y las adoptaron a los tiempos. Y de ese modo, el método para inculcar el amor y la unidad entre las personas fue evolucionando.

Finalmente, se elaboró un completo método educativo. Cuando los antiguos hebreos lo adoptaron y lo aplicaron sobre sí mismos, el método los convirtió en una nación. Su lema “ama a tu prójimo como a ti mismo” fue el objetivo final de la educación y el punto culminante de la evolución humana. Alcanzar un amor así significa que uno ha equilibrado completamente la fuerza negativa del egoísmo con la fuerza positiva del amor al prójimo. Esta es la razón por la cual nuestra nación fue establecida solo después de habernos comprometido a ser “como un solo hombre con un solo corazón”.

El pueblo de Israel experimentó períodos de separación y odio, y períodos de conexión y amor. No obstante, todo ello formaba parte de nuestro desarrollo: era preciso un ego creciente como aliciente para regenerar nuestro amor mutuo. Por eso el rey Salomón escribió (Prov 10:12) “El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones”. Los primeros judíos descubrieron una gran verdad: el ego es la fuerza impulsora de nuestro desarrollo, pero nos destruirá si no lo cubrimos con amor.

No obstante, hace dos mil años, a pesar de contar con ese método educativo, nos volvimos tan egoístas que fuimos incapaces de cubrir nuestro egoísmo con amor y nos volvimos como el resto del mundo; egoístas hasta la médula. Lo único que nos quedó fue una reminiscencia de nuestra unidad, enterrada en nuestro interior, y el lema del amor al prójimo que legamos a las naciones. El cristianismo interpretó este lema como “Por lo tanto, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). Mahoma lo escribió de manera similar: “Ninguno de vosotros creerá realmente hasta que desee para su hermano aquello que desea para sí mismo” (Los cuarenta hadices de Nawawi).

Sin embargo, solo les legamos las palabras, sin la forma de implementarlas: el método educativo que ayudó a nuestros antepasados a unirse por encima del ego. En consecuencia, este hermoso lema se ha convertido en un eslogan vacío que nadie ve posible. Hoy, antes de que el ego empuje a nuestro mundo al abismo, para salvarnos de nosotros mismos, debemos inyectar esta fuerza positiva que Abraham infundió en nuestra nación y en nuestro mundo. Ahora debemos recuperar la educación que impulsó nuestra unidad en el pasado.

 

Aprender a unirnos

Para poder reconsiderar nuestros valores, primero debemos estabilizar la sociedad. Como he escrito anteriormente, y como muchos otros ya han señalado, el primer paso es la revolución del mercado de trabajo, o más concretamente la supresión de puestos de trabajo. En los próximos años, máquinas autónomas reemplazarán a millones de personas. Estas personas tendrán cada vez más difícil encontrar nuevos puestos de trabajo ya que este cambio se extiende por todo el mercado laboral. Los robots son el remplazo en trabajos de manufacturación, así como en  puestos de trabajo en el sector de servicios como la banca, la asistencia jurídica, e incluso los supermercados. Este proceso no dejará otra opción a los gobiernos que proporcionar a las personas algún tipo de ingreso básico. Algunos países ya están experimentando con ello y es probable que veamos muchos más programas de este tipo a medida que más y más personas se queden permanentemente desempleadas.

Uno de nuestros mayores problemas en el menguante mercado de trabajo es que nuestro trabajo define quiénes somos. Como dice el profesor Tan Chen en el análisis al que hemos hecho referencia: “Cuando otras fuentes de sentido son difíciles de conseguir, aquellos que se esfuerzan en la economía moderna pueden perder su sentido de autoestima”. Cuando varios millones de personas se sienten inservibles y desesperados, es inevitable que estalle la violencia a gran escala. Incluso un trabajo precario es mejor que no tener ningún trabajo o, como expresó el experto en economía Derek Thompson, “La paradoja del mundo laboral es que muchas personas odian sus puestos de trabajo, pero se sienten mucho más infelices sin ninguna ocupación”.

Resulta que proporcionar ingresos básicos a los desempleados es solo la mitad del remedio. La otra mitad consiste en proporcionar una ocupación de utilidad como remplazo del trabajo para que sirva de fuente de autoestima. Aquí es donde la educación para la conexión de los antiguos hebreos entra en juego. Cuando los lazos sociales entre las personas son satisfactorios y positivos, estas se sienten valiosas y felices. Si las personas aprenden a conectar entre sí, ni siquiera necesitarán un aburrido trabajo para mantener su autoestima, ya que conseguirán mantenerla gracias a sus conexiones con otras personas.

De hecho, cuando uno piensa en ello, si una máquina puede hacer lo que yo hago, entonces no soy mucho mejor que una máquina. ¿Hay algo más denigrante que ser degradado al nivel de un robot y ser intimidado por no resultar tan eficaz como una máquina? Lo único que tenemos que hacer –y es algo de lo que las máquinas nunca serán capaces– es conectar entre nosotros y aportar felicidad unos a otros, la auténtica felicidad: la que proviene del amor y la amistad.

En la actualidad, todos nuestros mecanismos de autoevaluación están desvirtuados. Si una mujer puede casarse con un robot que ella misma ha imprimido en tres dimensiones y argumentar que no hay nada extraño en ello, entonces, deberíamos volver a aprender urgentemente en qué consiste la conexión verdadera.

 

peace--connectionJudíos y árabes en un círculo de conexión en Eilat, Israel, en el verano del 2014

 

En el círculo

En el libro Likutey halajot (miscelánea de reglas) está escrito: “La esencia de la vitalidad, la existencia y la corrección en la creación se consigue por medio de personas con diferentes opiniones mezclándose juntos en amor, paz y unidad”. Como ya he mencionado anteriormente, si utilizamos el ego correctamente, se convertirá en un trampolín que nos llevará a un nuevo apogeo. Cuando nos esforzamos en unirnos por encima de nuestras diferencias, estamos activando la fuerza positiva que Abraham descubrió. Esa fuerza nos conecta y nos permite experimentar el poder de la verdadera conexión humana.

Así como el ego es una pieza clave para nuestro éxito, también lo es trascenderlo. A lo largo de todo el planeta, mis estudiantes implementan lo que ellos han denominado “círculos de conexión”. En estos círculos, extranjeros, personas de distintos orígenes y personas envueltas en conflictos abiertos aprenden a preocuparse unos de otros de una forma que nunca creyeron posible. La idea del círculo se utiliza para indicar que todos son iguales. Cuando es así, nadie domina o impone su opinión; todo el mundo escucha a todos los demás. El objetivo del círculo es esforzarse por conectar: no salir exitosos, sino simplemente hacer un esfuerzo de conexión. Debido a que los egos de los participantes interfieren en sus intentos, sus esfuerzos para subir por encima del ego generan esa fuerza positiva, que a su vez genera un calor y una afinidad que parecen surgir de la nada como puede comprobarse en el enlace anterior, en este y en este otro (el último está en hebreo, asegúrese de que la opción subtítulos esté activada).

Los miembros del Movimiento Arvut (solidaridad mutua) han puesto en marcha círculos de conexión y otros métodos para conectar por encima del ego en distintos lugares y circunstancias. La herramienta primordial en este método de educación son los ejercicios para conectar. Y dos elementos son necesarios para que la educación en conexión sea exitosa: el ego (el cual tenemos en abundancia) y el deseo de trascenderlo.

La Mishná (Maséjet Avot) nos dice: “Haz su deseo como tu deseo de modo que él haga su deseo como tu deseo”. Esta es la máxima expresión de conexión: cuando nos preocupamos tanto por otra persona que lo que ella quiere que se convierte en más importante para nosotros que nuestro propio deseo. Piense en una madre que cuida a su bebé. Lo que el bebé quiere se vuelve más importante que lo que ella quiere. Si actuamos de esta manera recíprocamente, generaremos tanta fuerza positiva que transformará nuestra sociedad desde sus fundamentos.

 

La profesión humana

Participar en este tipo de conexión garantiza nuestro futuro. En primer lugar, porque es el único trabajo que las máquinas nunca serán capaces de hacer. Segundo, porque pone nuestro valor como seres humanos en nuestras conexiones y no en nuestras ocupaciones o posesiones.

Las personas que se dedican a conectar no se involucran en la corrupción. Y como resultado de este compromiso, se reducirán las tensiones sociales, la violencia, la depresión, y el abuso de sustancias quedará obsoleto ya que no habrá frustración que desahogar ni reprimir.

Asimismo, la humanidad necesitará muchos “conectores profesionales”. Teniendo en cuenta el hecho de que un círculo consta de aproximadamente diez personas y un moderador, numerosas personas tendrán que ser contratadas como instructores en esta nueva educación. Dado que se facilitará una renta básica a todos, la gente será juzgada por su contribución a la sociedad más que por su patrimonio. Y en consecuencia, los instructores de los círculos de conexión gozarán de un prestigioso estatus social, convirtiendo este nuevo “trabajo” una ocupación demandada.

Ciertamente, a veces llegan cambios. La humanidad ha llegado a la fase final de su evolución: la convergencia de los deseos en una sola realidad unificada. Cuanto antes comencemos a conectar, mejor nos sentiremos. El declive social en curso y las inevitables tasas de desempleo nos hacen pensar que debemos reconsiderar nuestros valores en este mundo y volver a aprender lo que significa ser un ser humano, no un robot que maneja una máquina. Estoy convencido de que si nos decidimos a dar el primer paso hacia nuestra educación para la conexión, tal como hicieron nuestros antepasados, no nos arrepentiremos.

Publicado en: News