Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

La ciencia lo demuestra: la desunión mata

Por mucho que no nos  gustemos entre nosotros, la ciencia demostró que para frenar la Covid-19 se requiere solidaridad nacional. La verdad incómoda es que la pandemia no distingue entre izquierda y derecha, ortodoxos y laicos, judíos y árabes; todos somos iguales ante el virus. Si nos mantenemos unidos, lo derrotaremos. Si no lo hacemos, nos derrotará. Es tan cierto para los países, como para la humanidad.

Hace unos días, Eran Halperin, profesor de psicología social en la Universidad Hebrea de Jerusalén y Ron Gerlitz, director ejecutivo de aChord, Psicología social para el cambio social, publicaron un artículo de opinión en The Jerusalem Post titulado “Grupos sociales dispares de Israel deben unirse para frenar el coronavirus».

El artículo menciona un estudio internacional reciente en el que más de 100 investigadores de todo el mundo, examinaron a decenas de miles de ciudadanos de 67 países, entre ellos más de 1,200 israelíes, «para comprender qué tendría más influencia en su deseo de obedecer las instrucciones relacionadas con la pandemia».

Los investigadores encontraron “que el factor clave que motiva a la gente a adherirse a las pautas de distancia e higiene, es el nivel de identificación con su grupo nacional; es decir; si se sienten conectados con su grupo nacional y si sienten que es importante su identidad”.

A juzgar por esta conclusión, la fragmentación de la sociedad israelí es la culpable de nuestro fracaso en superar el virus y no la política del gobierno ni que este o aquel grupo no obedecieron las instrucciones. Estamos al inicio de una crisis social en Israel. Si no superamos nuestro sentido de justa indignación, condenaremos a una catástrofe sin precedentes a nuestro país.

El pueblo de Israel surgió de gente que perteneció a diferentes tribus y clanes -a menudo rivales- de todo el Cercano y Medio Oriente. Estos “refugiados” dejaron a sus compatriotas porque creían en la idea de unidad por encima de las diferencias. Bajo el liderazgo de Abraham, encontraron un lugar donde podían vivir su ideal.

El pueblo de Israel de hoy, no es así. Estamos fragmentados una vez más, divididos en todos los aspectos: religión, cultura, etnia, educación, idioma, política y cualquier otro aspecto que puedas imaginar. Excepto por nuestro nombre, ya no somos una nación. Volvimos a ser extraños, extranjeros entre nosotros. Si queremos merecer nuestro nombre, «pueblo de Israel», tenemos que empezar de nuevo.

En ese entonces, el grupo de Abraham se desarrolló hasta que, al pie del monte Sinaí, después de la prueba del exilio en Egipto, se unieron “como un hombre con un corazón” y establecieron su nación. Poco después, los enfrentamientos y conflictos comenzaron a arder dentro del pueblo y la nación recién formada luchó por mantener su valor fundamental: «El odio suscita contiendas, pero el amor cubrirá todas las transgresiones» (Proverbios 10:12).

Hace dos milenios, sufrimos una amarga derrota de nuestro odio y fuimos exiliados y dispersos por el mundo. Dondequiera que íbamos, nos consideraban marginados, forasteros.

Incluso cuando regresamos a Israel y restablecimos nuestra soberanía, lo hicimos sólo para protegernos del odio de las naciones y no por el valor inicial de la unidad por encima de las diferencias, que formó nuestra nación. Hasta hoy, muchos israelíes se sienten fuera de lugar en Israel. Lo ven como una residencia temporal hasta que encuentren un lugar más tranquilo para vivir.

Pero sin el sentido de pertenencia a una sola nación, Israel se desintegrará. Ya podemos ver que una pandemia que pudimos haber frenado si todos hubiéramos participado en su derrota, nos está destrozando. No es porque el virus sea tan terrible; es porque no hay solidaridad entre los ciudadanos y no hay confianza entre ellos y el gobierno. La falta de afecto y confianza conduce a la inacción, que a su vez conduce al contagio. Y el contagio conduce a la pérdida de vidas.

En su introducción, el artículo que acabamos de mencionar, establece simplemente que «la lógica subyacente en el comportamiento individual básico necesario para frenar el contagio… es la pertenencia a [un] colectivo». No tenemos sentido de grupo y lo estamos pagando con nuestra vida, la vida de nuestros seres queridos y el sustento de cientos de miles de personas en nuestro pequeño país.

No importa lo que creamos o quién creemos que tiene razón. Si no nos unimos, todos estamos equivocados, todos pagamos las consecuencias y pagaremos mucho más.

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Publicado en: Judíos, News

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