Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

¿Quién tiene la soberanía del Monte del Templo?

Este martes será 9 de Av, fecha de la destrucción del Templo. El Templo simboliza nuestra unidad. Cuando restauremos nuestra unión, no necesitaremos ladrillos para demostrar nuestro lugar es este: Israel.

No es ningún secreto que la campaña árabe de difamación en los medios de comunicación y las protestas “populares” organizadas contra la colocación de detectores de metales en las entradas al Monte del Templo no tienen nada que ver con las medidas de seguridad. Desde la perspectiva del Waqf (la organización islámica que controla y gestiona el Monte del Templo) y del resto del mundo árabe, la resistencia a los detectores simboliza la resistencia a la soberanía de Israel en el Monte del Templo en particular, así como en la ciudad de Jerusalén y en todo Israel en general. Cuanto más dure esta campaña, más apoyos mundiales conseguirán los árabes, e Israel será considerado cada vez más como el vecino que abusa.

Ahora mismo casi nadie recuerda que los detectores fueron colocados en las entradas porque tres terroristas abrieron fuego contra la policía israelí matando a dos oficiales e hiriendo a un tercero. Lo único que todos ven ahora es que Israel no deja que los musulmanes oren en su lugar sagrado. Pero lo cierto es que los únicos que impiden que los fieles vayan al Monte del Templo es Waqf, que dicen a los fieles que no entren en protesta por la colocación de los detectores.

 

El Templo: la unidad de Israel

No solo el Waqf se opone a la soberanía de Israel en el Monte del Templo. Las resoluciones de la UNESCO negando la historia judía en el Monte del Templo, Jerusalén y la Cueva de los Patriarcas representan la opinión del mundo entero de que no pertenecemos a este lugar. Si la ONU votara en nuestros días sobre el establecimiento de un estado judío, ¿quién estaría a favor? Seguramente ni siquiera Estados Unidos.

Para ser soberano en la tierra de Israel, y especialmente en el Monte del Templo, debemos entender qué representa el Templo y el tipo de vida que en consecuencia debemos llevar. El libro Nétzaj Israel (capítulo 4) escribe: “La casa fue destruida debido al odio infundado, porque sus corazones se dividieron y distanciaron y no eran dignos de un templo, que es la unidad de Israel.”

Si reflexionamos honestamente acerca de nuestra sociedad, sobre lo que proyectamos al mundo, vemos con claridad que estamos profundamente divididos trasmitiendo  desunión y discordia por todas partes. El Maharal de Praga escribe en Hidushey Avot (Gittin 55b): “El Templo debe ser la totalidad del mundo entero, no solo de Israel. (…) Y dado que el Templo es la totalidad del mundo entero, incluidas las naciones, no fue destruido por las naciones, sino solamente por el odio y la división infundados cuando Israel se fragmentó”.

En otras palabras, el Templo no pertenece a ninguna fe o nación: representa la unificación del mundo. Por lo tanto, solo aquellos que defienden e implementan la unidad merecen estar allí. La palabra hebrea Yehudí (judío) viene de la palabra Yihudi, que significa “unido” (Yaarot Devash, Parte 2, Drush 2). Cuando nosotros, los judíos, nos unimos “como un solo hombre con un solo corazón”, fue la primera y única vez en la historia en que diferentes clanes de toda Babilonia y Oriente Próximo, que solían ser rivales, se unieron y forjaron una nación. Nuestra unidad, por lo tanto, era un modelo a seguir para el mundo entero. En consecuencia, inmediatamente después de nacer como pueblo, se nos encomendó ser “una luz para las naciones” y llevar nuestro método para la unidad al resto de la humanidad.

El libro Sefat Emet (Shemot, Itró) describe qué significa ser “una luz para las naciones”: “Los hijos de Israel son garantes de que recibieron la Torá [la luz de la unidad] con el fin de corregir el mundo entero”. Pero si no estamos unidos, y por lo tanto no proyectamos unidad al resto del mundo, ¿podemos considerarnos verdaderamente “hijos de Israel”? Y si no somos verdaderamente hijos de Israel, y no estamos tal como los hijos de Israel están destinados a estar –en unidad– ¿podemos reclamar la soberanía nuestra sobre la tierra?

 

La sedición se apoderó de la ciudad, y los romanos se apoderaron de la sedición

El historiador judeorromano Flavio Josefo vivió en los tiempos de la destrucción y fue testigo de primera mano de muchos de los acontecimientos. Escribió palmariamente acerca de las causas de la destrucción del Templo y el exilio (La guerra de los judíos, Libro IV, capítulo 6): “La sedición [entre los judíos] se apoderó de la ciudad, y los romanos se apoderaron de la sedición”. En la época del Templo, ​​detalla Flavio Josefo: “El atributo del que más carecían los [judíos] era la misericordia. (…) Ellos transfirieron su ira de los vivos a los muertos, y de los muertos a los vivos [de su propio pueblo]. El terror era tan grande que los supervivientes llamaban “afortunados” a los muertos, pues ya podían descansar. (…) Estos hombres pisotearon todas las leyes de los hombres [el amor al prójimo] y ridiculizaron las palabras de los profetas. Sin embargo, estos profetas predijeron (…) que la ciudad sería tomada y el santuario arrasado por la guerra cuando la sedición invadiera a los judíos, y que su propia mano contaminaría el Templo. Ahora estos fanáticos (…) se han convertido en instrumentos para el cumplimiento [de las profecías]”.

Cuando uno piensa en el odio actual entre los dos lados del mapa político en Israel, o entre los dos lados del mapa político entre los judíos de EE.UU., la semejanza con la enemistad entre nuestros antepasados ​​es demasiado llamativa como para ignorarla. “Al final del período del Segundo Templo”, dice el libro Una carta de Elías (Parte 3), “la lucha y el odio se intensificaron en Israel, y el orgullo fue la raíz del deseo de dominio absoluto. Esto los llevó al odio hacia sus semejantes hasta el punto de no poder soportar la existencia del otro. De esa raíz de orgullo también surgió la audacia de pecar desvergonzadamente, pues no percibían la contradicción entre sus acciones y sus opiniones, y su conciencia no les hacía ocultar sus acciones. Y si no se preocupaban por el conflicto entre sus opiniones y sus acciones, entonces pueden considerarse como “enteramente pecado”. Estas son las cosas que provocaron la destrucción de la Morada”.

 

Una tierra sin soberano

Hoy tenemos un estado y, supuestamente, tenemos soberanía. Pero el nombre, “Estado de Israel”, todavía está carente de contenido. La intolerancia de unos hacia otros, nuestro desprecio hacia nuestro propio pueblo, se está intensificando. Si no nos damos cuenta de que estamos repitiendo la misma transgresión del odio infundado que cometimos hace dos milenios, seremos expulsados otra vez ​​de esta tierra hasta que estemos listos para unirnos por encima de nuestras diferencias, como hicieron nuestros antepasados ​​en el desierto.

Este lunes por la tarde, dará comienzo el noveno día de Av, fecha en la que el Templo fue destruido. Pero fue destruido en nuestros corazones mucho antes de que se prendiera fuego a las piedras. Con estas convincentes palabras, Rabí Jida describe esta ruina interior (Devarim Ajadim, Tratado 6.): “¿Qué podemos decir cuando nos arrepentimos cada día por la destrucción de la Casa y la [ausencia de] redención? (…) Todo fue destruido por el odio infundado, y si ahora estamos divididos y hay odio infundado, ¿cómo podemos construir la Casa si la causa de la destrucción no ha desaparecido en nosotros? ¿Cómo podemos decir que cada día esperamos Tu salvación si todavía hay odio infundado entre nosotros? ¡Ay! ¿Cómo puede el hombre hacer buenas acciones mientras la impureza del odio infundado está todavía en él?”.

Para ser los dueños de la tierra de Israel, debemos convertirnos una vez más en el pueblo de Israel, en Yehudim [judíos] de la palabra, Yihudi [unidos]. A menos que reconstruyamos nuestra unidad y reafirmemos nuestro compromiso de ser una luz de unidad para las naciones, el mundo no consentirá que permanezcamos aquí y seremos expulsados ​​una vez más.

La soberanía en la tierra de Israel es diferente a la de cualquier otra tierra, que puede ser adquirida con la fuerza militar. Esta tierra no tiene soberano: sus habitantes son personas que están dispuestas a conectarse, a unirse por encima del odio, como hicieron nuestros antepasados. Si logramos aprender la lección de los horrores de nuestros antepasados ​​y trascendemos nuestro egoísmo, seremos merecedores de quedarnos aquí y el mundo entero nos apoyará. Pero si de nuevo optamos por permanecer en la enemistad y seguir enfrentados entre nosotros, entonces sufriremos la hostilidad del mundo entero.
Para más información sobre antisemitismo y el papel del pueblo de Israel, visite Por qué la gente odia a los judíos.

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