Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

La verdadera meta del foro económico mundial en Davos

Cada año es igual. En el interior de la cafetería del Microsoft Vision Center en Davos, los ricos, célebres y poderosos entablan relajadas conversaciones en torno a un café, un vino, o un pastel de vez en cuando. Nada ostentoso, solo la pequeña charla de costumbre entre personas para pasar el tiempo. En una de las paredes cuelga un gran cartel: “Las metas mundiales”. Y señala metas tan elevadas como “Cero pobreza”, “Erradicación del hambre”, “Trabajo digno y desarrollo económico”, o “Paz y Justicia”. Es de suponer que los participantes en el Foro Económico Mundial (WEF) de Davos aspiran a alcanzar estos y otros loables objetivos.

En los pasillos y salas de conferencias, se habla de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), de las crisis de magnitud global y otras causas dignas que resuenan con un agradable eco en los oídos de los novatos. Sin embargo, la cuidadosamente controlada cobertura de los medios nos hace pensar que “Erradicación del hambre” y “Cero pobreza” no es en absoluto lo que se debate en las conversaciones privadas. De hecho, la realidad en nuestra vida cotidiana nos demuestra lo que estos poderosos realmente quieren: poder y más poder. Lo demás no importa.

Ellos están trabajando denodadamente para acelerar el crecimiento económico mundial, pero cualquier crecimiento que se consiga, caerá en manos de los ya ricos y poderosos aumentando su control sobre los recursos del mundo. Si la meta del año pasado en el Foro Económico Mundial era lograr el “crecimiento inclusivo con empleo digno y medios de vida para todas las personas en la sociedad”, este año escuchamos de nuevo que estamos luchando por “trabajo digno y crecimiento económico”, poniéndose de manifiesto lo poco que se ha logrado.

El capitalismo es una gran idea. Está basado en el instinto básico de supervivencia y autogratificación presente en la naturaleza humana, y por lo tanto, no requiere de incentivos ficticios para motivar a la gente a trabajar como en el caso del paradigma comunista. Mientras el capitalismo sea controlado, garantiza un crecimiento sostenible y una mejora gradual del nivel de vida para todos.

Sin embargo, el interés personal es un arma de doble filo. Cuando es moderado, ayuda. Pero no permanece en niveles moderados. Por naturaleza, cuanto más tenemos, más queremos. Y cuanto más queremos, más buscamos. Desde hace varias décadas nuestra búsqueda de sustento se ha transformado en una búsqueda de riqueza y poder. Y puesto que nuestros intereses personales están creciendo, cuanto más tenemos, más queremos. Al final hemos llegado a un estado en el que lo único que deseamos es ganar más riqueza y poder. Cuando esto sucede, todo lo que hacemos se convierte en un medio para lograr un fin; y nos comprometemos a apoyar loables metas sociales que no son más que palabras para calmar las críticas, mientras que calladamente buscamos más de ese delicioso néctar: ¡el ​​poder!

Cuanto más buscamos y más ricos y poderosos nos volvemos, más nos olvidamos del resto del mundo. Las personas se convierten en objetos y los recursos naturales pasan a ser instrumentos de riqueza, sin importar el precio para el medioambiente. Y si ganar poder implica asfixiar a la clase media hasta llevarla a la pobreza, mientras seamos ricos y poderosos, no nos daremos cuenta de esto; sencillamente no es posible. Diremos que es terrible y tenemos que hacer algo al respecto, pero realmente nunca va a dolernos porque no podemos sentir nada más que el ansia de poder. No podemos ver nada más que la próxima adquisición (a menudo denominada “fusión”), y lo único que soñamos es ver al mundo arrodillado a nuestros pies.

Y haremos cualquier cosa para salirnos con la nuestra. Si la gente tiene que ser sedada, le daremos marihuana “para usos medicinales”. Si tienen que ser intimidados, compraremos un poco de petróleo a un grupo terrorista de Oriente Medio, les venderemos armas, y después enviaremos al ejército para luchar contra esos malvados seres humanos. Nosotros, los gobernantes, nos entendemos muy bien: trabajamos en perfecta armonía. Lo único que necesitamos es una tapadera, un desacuerdo en torno a un tema al que ninguno nos importa –como la desigualdad de los salarios– y mientras el mundo se decanta, nosotros nos sentamos en la habitación de un hotel en Davos o en otra parte del mundo, y planificamos nuestro próximo movimiento para hacernos más poderosos.

Esto es lo que sucede cuando el capitalismo se descontrola. Y esta ha sido la naturaleza del capitalismo desde hace varias décadas, como ya he explicado. El foro económico durante estos días no va a cambiar nada porque no tiene ninguna intención de hacerlo. Nadie está ahí para hacer del mundo un lugar mejor, sino para hacer más ricos a los ricos, y más fuertes a los fuertes.

Pero todos los caminos llegan a su fin, y el fin del capitalismo sin control se está acercando. Con toda seguridad veremos su final, pero podemos llegar por dos caminos.

El primer camino es el natural: los ricos y poderosos llevan al caos a la humanidad. El terrorismo se intensifica hasta niveles intolerables, el clima produce fenómenos meteorológicos anormales y las plantas y animales se desplazan y se extinguen. La gente también tiene que desplazarse a causa del cambio climático y las guerras. Como en Europa actualmente: las fuerzas políticas hacen que poblaciones enteras se trasladen de un país a otro, de un continente a otro, con el fin de crear confusión y debilitar a sus rivales políticos. El resultado final de esta creciente espiral es una guerra mundial. Y después de que la humanidad pase por terribles sufrimientos, aceptará que es preciso hacer las cosas de otra forma.

El otro camino es muy sencillo: preocuparnos unos de otros y tratarnos con consideración. Al igual que en los objetivos del cartel de Microsoft, todo el mundo puede tener “trabajo digno y desarrollo económico”, “recursos energéticos asequibles y limpios”, “salud y bienestar”, “educación de calidad” y “erradicación del hambre”. Lo único necesario es encontrar una forma de crecimiento que no sea medida en base a la riqueza. Sin duda, seríamos más felices si aprendiéramos a medir en términos de desarrollo emocional y espiritual, en una mejora de las relaciones en el hogar, en el trabajo y con nuestras amistades.

El mundo ya produce mucho más de lo que consume. Si de verdad quisiéramos, a finales de este año, podríamos hacer realidad los nobles objetivos que acabamos de mencionar. Es solo una cuestión de voluntad. Pero carecemos de ella, y eso hace que cada innovación represente más una amenaza que una promesa. La “Cuarta Revolución Industrial” de la automatización y la robótica, en la agenda del foro de este año, puede hacer de nuestra vida un paraíso terrenal. Pero en vez de eso, amenaza con dejar a millones de personas sin empleo, en la miseria. En lugar de alegrarnos por los progresos, tememos que pueden destruir los cimientos de la sociedad en el mundo desarrollado, es decir, la clase media, como advirtió el vicepresidente estadounidense Joe Biden durante su discurso en el foro.

Pero la tecnología no está truncando nuestras vidas. Los robots no amenazan con despojarnos de nuestros puestos de trabajo y llevarnos a la pobreza. Liberan los recursos y ofrecen a la gente una gran cantidad de tiempo libre para el desarrollo personal. La tecnología puede ayudarnos a subir desde el nivel de supervivencia, en el que vivimos más como animales que como humanos, al nivel de humanidad inteligente, en el que nos centremos más en lo espiritual que en lo material. Sin embargo, nuestra indiferencia hacia los demás nos impide lograrlo. A nivel personal, social y político somos ajenos a los demás. Entonces, ¿cómo podemos esperar que la innovación se utilice en beneficio de la humanidad?

Al igual que el cáncer, nuestro egoísmo nos anima a competir y a destruirnos unos a otros, como si nuestra supervivencia no dependiera del bienestar de nuestro mundo y nuestra sociedad. Estamos cegados por el narcisismo y nos sentimos mejor cuando otros se sienten mal. Constantemente luchamos por una posición de liderazgo. Si pudiéramos ser como uno de los magnates de Davos, ¿acaso no lo aceptaríamos? Si nos dijeran que dando unos cuantos codazos a otros podemos llegar a lo más alto, ¿acaso no lo haríamos? El número de personas que sinceramente responden “no” a estas preguntas está muy por debajo del umbral crítico para cambiar nuestro mundo, y por eso las cosas son como son.

No obstante, este segundo camino –el camino de la consideración y el aprecio– no es opcional. Es la única manera de sobrevivir. Las dos incógnitas son la cantidad de dolor que seremos capaces de soportar antes de darnos cuenta, y cómo llegaremos allí cuando lo hagamos. Para bien o para mal, somos colectivamente responsables de nuestro planeta y de nuestra sociedad. Los magnates y las personas carismáticas en nuestro mundo reflejan nuestros más profundos anhelos de poder, fama y riqueza. Pero todos debemos despertar. No tiene sentido echarnos la culpa unos a otros. En lugar de eso, deberíamos mirarnos a los ojos y decir “Hola, me alegra tanto que estés aquí”.

Todo gran cambio comienza con un pequeño paso. En cuanto nos dirijamos hacia la cooperación en vez de la competencia, empezaremos a crear a nuestro alrededor una red de estabilidad y seguridad cada vez mayor. Impregnaremos nuestras vidas con ese elemento estabilizador de consideración y afecto que neutralizará el excesivo interés personal. A medida que cambiemos nuestra mentalidad, la mentalidad de nuestro amigo también cambiará, y lo mismo sucederá con los amigos de nuestros amigos que ni siquiera conocemos. De inmediato, esta nueva forma de pensar se propagará a través de la red que constituye la humanidad del mismo modo que hoy se propagan las tenebrosas ideas de ISIS. Si todos damos pequeños pasos para emprender el segundo camino, no habrá guerra mundial, ni hambre. Ni escasez de ningún tipo.

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