Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

La UNESCO no es un reflejo del antisemitismo, sino del odio entre nosotros

No deja de ser alegórico que la UNESCO, la organización encargada del patrimonio de la humanidad, esté denegándonos nuestro derecho histórico a Israel. Sin un presente que justifique nuestra reivindicación, nuestra historia se vuelve irrelevante.

En abril de 2016, cuando la UNESCO adoptó una resolución negando la historia judía en el Monte del Templo, escribí que esto era solo el comienzo de una campaña para negar la historia del pueblo judío en la tierra de Israel, una campaña que tiene por objetivo final la eliminación del estado judío. En diciembre del año pasado, la campaña tomó impulso al adoptar el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que abrió las puertas a las sanciones indiscriminadas y los boicots contra Israel por su política de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén. Hace unos días, la UNESCO dio otro paso más en esta campaña para denegar los derechos judíos a Israel negando los casi 4.000 años de historia de la Cueva de los Patriarcas.

Todos –también aquellos que votaron a favor de la resolución– saben que no hay bases históricas ni científicas para la reivindicación palestina de sus vínculos con este sitio. Pero como todos sabemos, los hechos son lo que menos importa en esta historia. Lo único que importa es que la campaña para eliminar el estado de Israel y revocar la Resolución 181 de la ONU (que justifica el establecimiento de un estado judío en Israel) está ganando impulso.

Esta última resolución es una advertencia para todo el pueblo judío, especialmente para los que viven en Israel. Nos dice que debemos replantearnos quiénes somos como nación, qué estamos defendiendo, qué nos gustaría defender y cómo lograrlo.

 

Un fosa séptica llena de odio

Hace unas semanas, David Friedman, embajador estadounidense en Israel, dijo en su primer discurso: “Tengo preparado un gran discurso sobre lo extensa y profunda que es la relación entre Estados Unidos e Israel. Pero no voy a darlo esta noche”. En su lugar, el embajador Friedman centró todo su discurso en la unidad judía, o para ser más exactos, se centró en la ausencia de ella.

Se mire como se mire, el actual nivel de división entre judíos es inviable. Estamos infectando nuestras relaciones con tanto odio que el mundo es incapaz de ver nada bueno que venga del pueblo judío. Estamos rivalizando por las áreas de rezo en el Muro de las Lamentaciones y poniendo en la lista negra las decisiones de rabinos certificados que constatan el judaísmo de aquellos que necesitan que se confirme su judaísmo. Estamos haciendo campaña contra nuestro propio país a través de la ONU, el BDS, el mundo académico y de tantas otras formas. Segregamos a los judíos basándonos ​​en la etnia y la cultura, y solamente nos relacionamos con gente afín a nuestras ideas políticas y religiosas.

Israel, que debía ser un modelo de crisol cultural, se ha convertido en una fosa séptica que solo emite el odio de nuestros correligionarios. Eso es precisamente lo contrario a la esencia de nuestra fe, y contradice todo lo que estamos destinados a proyectarle al mundo.

 

¿Por qué esa incesante persecución a los judíos?

A lo largo de las generaciones, los líderes del pueblo judío –desde los más ortodoxos a los más laicos– han hecho hincapié en que nuestra salvación, e incluso nuestra supervivencia, depende enteramente de nuestra unidad.

“Todo Israel es responsable el uno del otro (…) solamente donde hay personas que son garantes unos de otros existe Israel”, escribió el pensador sionista A.D. Gordon. “Estamos llamados a unir al mundo. Pero antes de unir el mundo material, estamos llamados a revelar la unidad espiritual. Este es nuestro secreto más profundo”, declaró el Rav Kuk (Cartas del Rayá), el primer Gran Rabino de Israel. “Todo depende de los hijos de Israel. A medida que van corrigiéndose a sí mismos, toda la Creación les sigue”, afirma el libro Sefat Emet. “Todavía tenemos que abrir los ojos y ver que solo la unidad puede salvarnos. Solo si todos nos unimos (…) para trabajar en beneficio de toda la nación, nuestro trabajo no será en vano”, reflexionó Eliezer Ben Yehuda, el resucitador de la lengua hebrea. “Amar a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico, 19:18) es el mandamiento supremo en el judaísmo. Con estas pocas palabras, se ha formado la eterna ley humana del judaísmo (…) El estado de Israel merecerá su nombre solamente si su estructura social, económica, política y judicial se basa en estas palabras eternas”, concluyó David Ben Gurión, el primero en ser primer ministro de Israel.

Poco después de la creación del Estado de Israel, el Rav Yehuda Ashlag, autor del comentario Sulam (escalera) sobre El libro del Zóhar, en su ensayo Los escritos de la última generación escribió: “El judaísmo debe presentar algo nuevo a las naciones. ¡Esto es lo que esperan del regreso de Israel a su tierra!”. Y prosigue Ashlag: “Es la sabiduría del otorgamiento, la justicia y la paz”.

A pesar de estas reiteradas afirmaciones, no hemos sido capaces de escuchar. Desde la ruina del Templo y el exilio, que acaecieron por nuestro infundado odio mutuo, no hemos aprendido a superar nuestra aversión y unirnos. Y la consecuencia es que nuestra nación no ha dejado de ser perseguida desde entonces. “Cuando Israel están ‘como un solo hombre con un solo corazón’, son como un muro fortificado contra las fuerzas del mal”, nos dice el libro Shem MiShmuel. Pero, ¿cuándo fue la última vez que estuvimos “como un solo hombre con un solo corazón”?

 

Nos levantamos y caemos por el poder de nuestra unidad

Según el Rav Kuk, “El objetivo de Israel es unir al mundo entero en una sola familia” (Susúrrame el secreto de la existencia). Cuando un hombre le preguntó al viejo Hilel que le enseñara Torá, el sabio respondió: “Aquello que odias, no se lo hagas a tu prójimo; esta es la totalidad de la Torá” (Talmud de Babilonia, Shabat, 31a). De forma igualmente explícita, Rabí Akiva dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo es la gran regla de la Torá” (Talmud de Jerusalén, Nedarim, capítulo 9, p 30b).

Como esos grandes hombres, el libro Shem MiShmuel nos dice: “La intención de la creación era que todo el mundo se convirtiera en un único haz (…) pero a causa del pecado [la inclinación al mal / el egoísmo], fue corrompida hasta el punto que incluso el mejor en esas generaciones no se podía unir. La corrección de este asunto comenzó en la generación de Babilonia, cuando Abraham y sus descendientes congregaron a la gente en una asamblea conjunta. (…) Y el asunto continuó y creció hasta que se creó la asamblea de Israel. Pero el final de la corrección llegará cuando todo el mundo se convierte en un único haz”.

Israel se convirtió en nación cuando todos sus miembros se comprometieron a unirse “como un solo hombre con un solo corazón”. Inmediatamente después, se le encomendó a Israel que fuera “una luz para las naciones” y que transmitiera esa sólida unidad. Por esta razón, cuando estamos unidos, hay una razón para nuestra existencia como nación. Pero cuando estamos separados, no hay justificación para nuestra existencia como nación ya que no podemos ser “una luz para las naciones”. Y por lo tanto las naciones reclaman la tierra y la dispersión los judíos, que no están siendo fieles a su vocación. Por eso el libro Maor VaShemesh afirma: “La principal defensa contra la calamidad es el amor y la unidad. Cuando hay amor, unidad y amistad dentro de Israel, ninguna calamidad puede acaecer sobre ellos”.

 

Nuestro destino está en nuestras manos

En su libro El arte de amar, el renombrado psicoanalista y sociólogo Erich Fromm escribe: “El hombre –de todas las edades y culturas– se enfrenta a la solución de una misma pregunta: la cuestión de cómo superar la separación, la forma de lograr la unión”. Más aún, subraya Fromm, cuanto más “se separa la humanidad del mundo natural, más intensa se vuelve la necesidad de hallar nuevas formas de huir de la separación”.

De hecho la sociedad de hoy es tan narcisista que decenas de miles mueren por sobredosis cada año a causa de la soledad. El neurocientífico Marc Lewis resumió claramente la decadencia de la humanidad con el título de su aleccionador escrito, “¿Por qué tantas gente muere por sobredosis de opiáceos? Es nuestra sociedad desgarrada”.

El libro del Zóhar escribe muy rotundamente en el famoso Tikún 30 que cuando Israel no está unido “causa pobreza, ruina, robo, saqueo, matanzas y destrucción en el mundo”. En otras palabras, no debería sorprendernos que la humanidad culpe a los judíos por sus males. En su ensayo de referencia “La garantía mutua», el Rav Ashlag escribe: “Le corresponde a la nación de Israel capacitarse a sí misma y al resto del mundo para avanzar y aceptar este sublime trabajo del amor al prójimo, que es la escalera hacia el propósito de la creación”. ¿Por qué? Porque –prosigue Ashlag– la nación de Israel fue diseñada como “una especie de pasaje a través del cual las chispas de amor brillarán sobre toda la humanidad, por todo el mundo”.

Incluso si la gente no es realmente consciente de que los judíos fueron configurados como una puerta de entrada hacia un futuro mejor para la humanidad, su intuición les dicta sus pensamientos y acciones. Y esta expectativa latente hace que académicos como el periodista e historiador británico Paul Johnson escriban: “En una etapa muy temprana de su existencia colectiva creyeron haber detectado un esquema divino para la raza humana, y su propia sociedad iba a ser un ensayo del mismo”. Esta expectativa también provoca que los antisemitas cubran los monumentos conmemorativos del Holocausto con sábanas que llevan la inscripción “Los hebreos no nos va a dividir”.

De hecho, nos levantamos o caemos según sea nuestra voluntad de ser una luz de unidad para las naciones. Así que somos la única nación cuyo destino está en sus propias manos. Si decidimos “asumir esa sublime obra de amor a los demás” y de ese modo convertirnos en “luz para las naciones”, nuestra soberanía, prosperidad y paz en Israel están garantizadas. Pero si dejamos que nuestro egoísmo tome las riendas –como hemos hecho durante los últimos dos mil años– es probable que volvamos a ver la destrucción en la tierra de Israel. Si en breve no nos damos cuenta de nuestra misión, subimos por encima de nuestros egos y nos unimos, puede que lleguemos demasiado tarde.

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