Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

La razón de nuestra existencia

Nacimos para morir. La muerte es parte inseparable de la vida. Entonces, ¿por qué se empeñan tantas personas en invertir su precioso tiempo en consolidar teorías y filosofías sobre la vida después de la muerte? En general, ¿por qué la muerte es algo tan misterioso?

En el mundo del hombre, a diferencia del mundo inerte, vegetal y animal, la conciencia de la muerte es un tema central que se enfoca principalmente en la vida pasada o futura, como por ejemplo en la pregunta de qué ocurre después de la muerte; pero no toman en cuenta el presente. No tenemos conciencia de la vida antes de ser creados, desde que estamos envueltos con el calor materno en el útero, ni tampoco antes en el estado de semen. No sentimos para nada los procesos biológicos, cómo fuimos creados, cómo crecimos, cómo nacimos y qué nos ocurre después de morir. Solo sentimos que vivimos dentro de un cuerpo de carne y hueso, diferenciados del vegetal y el animal, que somos parte de un gran universo, de un espacio inmenso en el que existimos y vivimos.

Basta con estos sentimientos para despertar en nosotros el pensamiento sobre la esencia de la vida y cómo llenarla. Nos enfatizan el deseo exclusivo de elevarnos y observar ese “punto” diminuto oculto y sublime de nosotros llamado “vida”, desde un plano superior y estamos dispuestos a invertir todas nuestras fuerzas para localizar la unicidad de ese punto. De hecho, el resto de nuestra evolución sobre la tierra no sirve más que para tratar de averiguarlo. De momento que lo percibimos, percibimos la vida.

Pero sorprendentemente, en nuestra época, en nuestro mundo abundante, se despierta en la persona una eterna pregunta: ¿cuál es el sentido de mi vida? Esta pregunta es dolorosa y no nos suelta. No obstante hay un sinfín de métodos, creencias, enfoques, teorías, fantasías y religiones que tratan de resolverla, aunque toda solución que le encontremos se halla únicamente en los confines del deseo de recibir placer. Por lo tanto, es difícil, más bien imposible romper las fronteras de la naturaleza egoísta, salir de los límites del “yo” y disfrutar de un espacio infinito. Aun así, esta pregunta es nuestro único consuelo, es toda nuestra esencia.

En cada momento de nuestras vidas experimentamos deseos, por ejemplo de comida, sexo, vida familiar, dinero, honor, dominio, conocimientos, etc. Pero éstos, más que llenar la sensación de placer, vienen a silenciar la pregunta que nos aturde: ¿cuál es el sentido de la vida? Hay quienes la silencian mediante un placer excesivo de sexo; otros mediante la comida, y hay quienes lo hacen dominando a los demás. Cada uno y a su modo para encontrar ese silencio.

Así también entre los pueblos, hay naciones que están conscientes de esta pregunta, que influye en su modo de vida y el orden social y político; y hay quienes la ignoran o no tienen consciencia de ella. Por ejemplo, el pueblo ruso y la mayoría de los pueblos eslavos modernos tienden a beber alcohol excesivamente hasta la adicción para adormecer la pregunta que tanto los sensibiliza. Sin embargo, los franceses, los ingleses y la totalidad de los pueblos europeos que no sienten esta pregunta en su interior, seguirán pensando que el propósito de la vida es alcanzar lujos, belleza, riqueza y ganar todo tipo de premios mediante la competencia. Los pueblos árabes se sumergirán en un fanatismo religioso exagerado. Cada nación reacciona a la pregunta de para qué vivimos a su manera.

De acuerdo a la reacción se puede diferenciar un pueblo de otro, una persona de otra, una cultura de otra, un partido derechista de uno izquierdista, en todo. A lo largo de la historia hubo diferentes intentos de responder a esta pregunta. En la respuesta primitiva habría un consenso inmediato de que esta pregunta eterna no tiene respuesta. Sin embargo, en una respuesta desarrollada no sería suficiente con un llenado momentáneo y efímero, y se exigiría una respuesta contundente y real.

Esta pregunta existe en la base de toda reacción humana, desde el primer hombre hasta hoy. Sin ella no hay desarrollo para la especie humana. Ella es la que empuja toda la evolución, desarrolló al hombre, creó familias, comunidades, pueblos y naciones, formó leyes, culturas, ideologías y teorías. Creó conflictos, guerras y revoluciones. Desarrolló poesías, libros, pinturas y ¡T-O-D-O!

Pero a medida que la madeja de comunicaciones entre los hombres y los pueblos en el mundo se va enmarañando, más crece el desarrollo humano y exige una respuesta a la pregunta. Cuando no hay una verdadera respuesta, se despierta una intensa impotencia; una crisis emocional.

La generación joven que lucha con esta pregunta, sufre mucho por causa de ella. No sabe cómo enfrentarse a la sensación de vacío que esta pregunta les genera. Y así, al no encontrar remedio, busca maneras para escapar de la realidad; va hundiéndose cada vez más en el mundo virtual, encuentra consuelo en las drogas o peor aún, al verse sin un destino por alcanzar, se sumerge en la desesperación. No tardará el día en el que al llegar al límite, de pronto se encuentre frente a la Sabiduría de la Cabalá. Este método misterioso, “místico”, del que escuchó hablar a medias, le temía y le atribuyó etiquetas negativas erróneas, llegado el momento de la verdad cambiará de parecer y saciará su alma sedienta.

Será entonces que se abrirán los oídos de quienes buscan las palabras de los cabalistas: “si ponemos atención a contestar tan solo a una sola pregunta muy popular, la pregunta diminuta formulada por todos los hombres en el universo, ‘cuál es el sentido de nuestras vidas’. Estos años de vida que nos cuestan tan caro, o sea, todos los sufrimientos y dolores que sufrimos a cambio de ellos, para completarlos hasta el final, y entonces, ¿quién disfruta de ellos? O mejor dicho, ¿a quién estoy satisfaciendo?

Y es verdad los investigadores se han esforzado a través de las generaciones a contemplar esto. No se puede decir que en esta generación no hay nadie que no quisiera por lo menos considerarlo; aún así, la pregunta misma se mantiene en todo su poder y amargura, ya que a veces nos toma desprevenidos, y nos picotea el cerebro y nos humilla hasta el polvo antes de que logremos encontrar alguna conocida artimaña como dejarnos llevar sin razón por las corrientes de la vida, tal como ayer. Así es, sobre este acertijo dice el texto: “Prueben y vean que Dios es bueno”. (Baal HaSulam, Introducción al Talmud Eser Sefirot, 2-3).

Prueben de la Sabiduría de la Cabalá y vean la fuerza superior; descubran la única fuerza que existe en la realidad y dirige al hombre, descubran la fuerza única que acompaña, conduce, apoya y organiza todo. Esa fuerza responsable de todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá en la vida del hombre. Todo ha sido premeditado para que uno no ignore la pregunta “cuál es el propósito de mi vida”?

 

(Fotografía: Reuters)

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