Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Entendiendo las elecciones legislativas de EEUU desde una perspectiva global

“La única cosa de la que me arrepiento es que maté a dos (policías)…Desearía haber matado a más de ellos…” dijo el inmigrante indocumentado Luis Bracamontes con una diabólica sonrisa en su cara. Después se presenta el título “¿A quién más dejarían entrar los demócratas?” para finalizar el vídeo publicado por el presidente Trump en su cuenta de Twitter.

 

La crisis migratoria depende de la polarización social en Estados Unidos, avivando las llamas del discurso público y dividiendo al país en dos distintos bandos: estás “a favor de los inmigrantes” o estás “a favor de EEUU”. En términos políticos, o perteneces al bando de Trump o perteneces a cualquier otro bando.

 

Pero ¿cómo los inmigrantes se robaron todo el protagonismo? ¿Por qué este problema en particular logró dividir a Estados Unidos tan profundamente? Lo que está sucediendo en la mayor potencia mundial es una parte inseparable del proceso que está teniendo lugar en todo el mundo. Para entenderlo mejor, naveguemos a Europa, donde la crisis migratoria está mucho más desarrollada.

 

Cuando una familia alemana envía a sus hijos a una escuela mixta con hijos de inmigrantes, cuando las cafeterías, el transporte público y los cines están repletos de personas de culturas extranjeras, se preguntan a sí mismos: ¿es este el resultado deseado de la Unión Europea?, ¿es esto lo que anticipamos del proyecto de mercado común de Europa?

 

La respuesta -para muchas familias e individuos que se encuentran en Alemania, Gran Bretaña, República Checa, Portugal, o cualquier otro país de la Unión Europa- es cada vez más negativa.

 

La política de puertas abiertas establecida por Ángela Merkel y otros líderes de la Unión Europea trajo una multitud de inmigrantes musulmanes que necesitan una nueva agenda en los países europeos. Problemas como el uso de burkas para las mujeres, permitir alcohol y cerdo en festivales, y la separación entre hombres y mujeres, se ha convertido repentinamente en parte de la vida europea.

 

Hace unos 30 años antes de que la Unión Europea fuera establecida, los europeos comenzaron a sentirse desilusionados y amenazados. Su larga historia, su gloriosa cultura, su herencia en común; todo parece perder su estado y deslizarse entre sus dedos. A raíz de esto, su creciente necesidad de proteger su identidad única; su “yo” europeo.

 

En términos políticos, el resultado es el aislamiento, el nacionalismo y el empuje de la derecha política en varias formas y dimensiones. Por lo tanto, no es de extrañar que Europa esté ansiosamente observando las elecciones legislativas en Estados Unidos, intentando descifrar si Trump es una moda pasajera o si es solamente el comienzo de la próxima era política.

 

La respuesta requiere una visión amplia: la sociedad humana se desarrolla a través del mundo mediante una conexión integral, y esto sucede por medio de un movimiento cíclico de “contracción” y “expansión”, similar al proceso de la respiración.

 

El final del siglo XX y el comienzo del siglo XXI, condujo hacia un proceso de “expansión” sin precedentes, expresado a través de la globalización de los negocios y del comercio, la apertura de fronteras, el internet que convirtió al mundo en una pequeña aldea, el establecimiento de nuevas instituciones internacionales y otros vínculos intrincados y dependencias entrelazadas en todo el mundo.

 

En los últimos años, sin embargo, estamos siendo testigos de un creciente proceso de “contracción”. El Brexit de Gran Bretaña, el creciente fortalecimiento y relevancia de varios movimientos de derecha, y el ascenso meteórico de Trump, el cual está motivando e inspirando a otros líderes alrededor del mundo. Hace sólo algunos días, el líder populista brasileño Jair Bolsonaro se ganó el sobrenombre de “el Trump de los trópicos”.

 

Expansión y contracción, conexión y separación, cosmopolitismo y nacionalismo son ciclos naturales. Son dos procesos opuestos que complementan el desarrollo humano. Como las piernas para caminar.

 

Lo que es importante entender es que la demanda de un sentido de identidad único en cada persona y cada nación no va a desaparecer del mundo. Y por esto, la interdependencia global que se ha tejido solo se fortalecerá y no seremos capaces de escapar de ella. Por lo tanto, la sociedad humana avanza hacia lo inevitable, un cambio primordial que está más allá de la política.

El buen futuro de la humanidad incluye un desarrollo fundamental en la percepción: cada persona o nación mantendrá su identidad única sin suprimirla de ninguna manera, haciéndolo por el bien común. Es una fase evolutiva que requiere un desarrollo más allá de la naturaleza egoísta del hombre.

 

Por lo tanto, es prioritario dialogar acerca de la integración de las naciones, la apertura de las fronteras, la creación de mercados comunes y de acuerdos globales; debemos fomentar un nivel más alto de conexión humana.

 

La Rusia comunista ya nos ha demostrado en el último siglo que incluso con un régimen agresivo es imposible juntar a los seres humanos y forzarlos a vivir de manera cooperativa. El cabalista Yehuda Ashlag (Baal HaSulam), describe en su artículo “La Paz”:

 

“…cualquiera puede ver cómo una sociedad tan grande como la del estado de Rusia, con cientos de millones de habitantes, con más tierra que todo Europa, y que ya ha aceptado llevar una vida comunitaria…Y, sin embargo, ve y observa en qué se han convertido: en lugar de aumentar y superar los logros de los países capitalistas, se han hundido cada vez más”.

 

De regreso a las elecciones legislativas en Estados Unidos: si el bando de Trump fuera fortalecido o debilitado, el movimiento de contracción continuaría por naturaleza hasta que lograra su propósito evolutivo. Es lo que nuestro tiempo requiere para equilibrar el desarrollo humano.

 

La humanidad -y no solo EEUU-  necesita darse cuenta de que la integración correcta entre las culturas y el beneficio de abrir las fronteras únicamente ocurrirá si nos elevamos a un nivel de conciencia humana. La naturaleza nos está enseñando una lección importante con cada día que pasa: sólo cultivando la conexión humana -por encima de nuestras diferencias, sin eliminarlas-, podremos construir una base sólida para una reorganización saludable de la sociedad humana.

 

Así, cada persona y cada nación puede mantener su singularidad e incluso aprovecharla en beneficio del mundo.

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