Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Por encima de la gran división entre Israel y la comunidad judía estadounidense

El distanciamiento entre los judíos en Estados Unidos y los judíos en Israel se ha intensificado tanto que podría poner en peligro a ambas comunidades.

 

Ahora que hemos limpiado nuestras almas en Yom Kipur es tiempo de una nueva y honesta mirada a la realidad. Si hay un pecado que los judíos cometemos a diario es permitir la división entre nosotros. Y una de las peores manifestaciones de esta separación es la creciente brecha entre la comunidad judía estadounidense y el estado de Israel.

Bajo la administración Obama, la brecha entre judíos norteamericanos e Israel se ha agrandado hasta un punto en el que prácticamente nos hemos convertido en dos comunidades judías separadas, incluso hostiles. Si dejamos que la brecha entre nosotros se haga aún más profunda, pondremos a ambas comunidades en verdadero peligro. Al igual que distanciarse del judaísmo no ayudó a los judíos alemanes en su momento, distanciarse del estado judío no ayudará ahora a la comunidad judía norteamericana. Con el antisemitismo propagándose vertiginosamente, los judíos están en peligro; y el remedio a esta situación es la unidad.

Ante los incesantes esfuerzos de entidades judías separatistas que promueven la disociación del Estado de Israel bajo el disfraz del liberalismo, la comunidad judía estadounidense e Israel deben afianzar un vínculo entre ellos. Este vínculo –y no el apoyo militar o condenar sin tapujos a Israel– es la clave para nuestra supervivencia en un mundo que, a cada momento, como ahora, mientras usted lee estas palabras, se vuelve más antisemita.

 

Un odio a los judíos ilimitado

La operación militar Margen Protector de 2014 en Gaza puso al mundo entero en contra de Israel y desató sentimientos antisemitas que, hasta entonces, habían estado malamente disimulados con la corrección política. En Europa, ofensas que durante mucho tiempo pensábamos olvidadas, resurgieron junto con acusaciones inventadas sobre crímenes de guerra y fueron lanzadas contra el estado judío. Dos años después, es evidente que las diatribas anti-Israel en Europa fueron solo una excusa para poder descargar sentimientos antisemitas; y ahora, aunque colguemos carteles en los escaparates diciendo “No estamos involucrados en cuestiones políticas”, no servirán de mucho si eres judío.

Pero a pesar de su malignidad, el antisemitismo europeo es mucho menos peligroso que su análogo estadounidense. En febrero de 2015, Charles Asher Small, director del Instituto para el Estudio del Antisemitismo Global, señaló que la renuencia del gobierno de Estados Unidos denunciando el antisemitismo “no solo es inmoral, sino que yo lo calificaría de ‘antisemitismo institucional’”. Para mí, esta forma encubierta de odio a los judíos es mucho más alarmante.

Cuando uno escucha a Huma Abedin, la principal asesora de Clinton, referirse al AIPAC como “esa banda”, y lee en el portavoz no oficial de la administración, más conocido como The New York Times, un editorial que aconseja a Obama que presione a Israel a través “del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en una resolución oficial, en la cual se establezcan orientaciones para un acuerdo de paz que abarque cuestiones como la seguridad de Israel, el futuro de Jerusalén, el destino de los refugiados palestinos y las fronteras de los dos estados”, no quedan muchas dudas sobre el empeño de la actual administración para que desaparezca Israel. Y si Clinton resulta elegida, seguirá la misma línea que su predecesor. Y probablemente con más dureza.

 

El espejismo del poder

Tras la Segunda Guerra Mundial, la idea predominante en torno al establecimiento del estado de Israel era que si hubiera existido un estado judío durante la guerra, se habría evitado la tragedia del Holocausto pues los judíos habrían tenido un refugio seguro. Durante muchos años, también esta fue la idea predominante entre los judíos de América.

Sin embargo, dado que los judíos estadounidenses se sienten ahora más confiados con su peso político en los EE.UU. y la capacidad de controlar su destino, han comenzado a considerar Israel cada vez más como una carga y no como una ventaja. Esta tendencia encaja perfectamente con las ambiciones de la actual administración, cuyos esfuerzos por fortalecer a organizaciones judías en contra de Israel bajo el pretexto del liberalismo y la libertad de expresión han sido cada vez más fructíferos. Hace quince años una organización como J Street no hubiera sido tomada en serio. En la actualidad, es la organización judía más popular entre los judíos menores de 35 años.

Y la consecuencia es que muchos judíos milennials ven al estado de Israel como una molestia. Si de alguna forma pudieran hacer que desapareciera, no lo dudarían. No perciben a Israel como un posible refugio seguro que deba ser reservado para los días tormentosos. En lugar de ello, a menudo lo consideran –o al menos consideran sus políticas– como la causa de sus problemas con los antisemitas en Estados Unidos. Y el sentir de muchos judíos norteamericanos es que la existencia de Israel está provocando también que los americanos no judíos los odien.

Del mismo modo que los judíos alemanes rechazaron su fe antes de la llegada del nazismo e incluso hicieron hincapié en desligarse de su ascendencia tras la llegada de Hitler al poder, muchos judíos norteamericanos intentan ahora romper con el estado judío. Con un antisemitismo al alza, están repitiendo el mismo error: enorgullecerse de su alejamiento de Israel.

 

Los pretextos varían, pero el antisemitismo es siempre la causa originaria

A lo largo de la historia, el odio a los judíos ha llevado diferentes atuendos en distintos periodos. Envenenamiento de pozos, horneado de Matzót con la sangre de niños cristianos (y ahora musulmanes), belicismo, usura, planes para controlar el mundo o la propagación de la enfermedad (desde la Peste Negra hasta el Ébola), son solo una porción de las absurdas acusaciones lanzadas contra los judíos durante siglos. El último delirio es el genocidio supuestamente perpetrado por el ejército israelí contra los palestinos. No importa que la población palestina esté creciendo rápidamente, o que los palestinos que viven bajo un gobierno israelí estén mucho mejor y disfruten de un mejor nivel de vida que sus semejantes bajo gobierno palestino. El odio no necesita evidencias.

Los judíos de Estados Unidos deberían recordar que cuando el antisemitismo se extienda más intensa y ampliamente por la sociedad americana –y sin duda lo hará– el hecho de no apoyar a Israel, no les servirá de nada. Al igual que en el pasado, los judíos serán señalados por todos los problemas en la agenda. Tal es la naturaleza del antisemitismo.

 

Reconstruir un puente que los proteja

La Torá nos describe como un pueblo obstinado, y de hecho lo somos. Sin embargo, precisamente cuando dejamos a un lado nuestro orgullo y nos unimos “como un solo hombre con un solo corazón” pudimos convertirnos en una nación. A lo largo de la historia, cada vez que estuvimos unidos, fuimos fuertes. Ahora debemos encontrar la fuerza para construir un puente entre las dos comunidades judías más importantes del mundo.

Es imposible sobrevalorar la importancia de la unidad de nuestro pueblo. Si queremos tener un futuro, la comunidad judía estadounidense y el estado de Israel deben reforzar la coalición entre ellos; este es nuestro único mecanismo de protección.

El antisemitismo se propagará por los Estados Unidos. Actualmente está germinando en todos los campus universitarios, y pronto se extenderá y llegará a todos los rincones del país. Muchos estudiantes judíos americanos ya son conscientes de que las diatribas anti-Israel son en realidad antisemitismo disfrazado de preocupación por los palestinos. Pronto toda la comunidad será consciente de ello. Y ese será el momento de emplear el mecanismo de defensa. Sin embargo, para que podamos utilizarlo en un futuro, debemos construirlo ahora.

Está claro que entre las dos comunidades hay muchas cuestiones controvertidas. Más allá de los distintos puntos de vista políticos, hay controversia sobre las prácticas judías, la legitimidad de ciertas denominaciones, la distribución de fondos y donaciones, etc. Todas estas son cuestiones de peso que merecen un amplio debate. Sin embargo, por encima de todas nuestras diferencias, debemos estar de acuerdo en algo: ocurra lo que ocurra, nos mantendremos unidos como una sola nación.

Del mismo modo que los hermanos a veces discrepan fuertemente pero nunca olvidan que son familia, el estado de Israel y la comunidad judía estadounidense deben sentir ese mismo tipo de vínculo subyacente. Si así lo hacemos, superaremos juntos la tormenta. De no hacerlo así, la tormenta nos arrastrará.

 

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